Era la última sesión. Sentada frente al caballete me moría por acariciar su barba blanca. Sus pinceladas trazaban en el lienzo mis deseos. De pronto entró un hombre, se acercó al maestro con suave andar y después de una breve charla se despidió rozándole la mejilla con sus labios.
La sonrisa se me congeló. Leonardo la captó así como una mueca amarga que opacó mi retrato.
Susana Avitia Ponce de León
No. 127, Enero – Junio 1994
Tomo XXIII – Año XXX
Pág. 45
ES BUENISIMA…PERMISO. SALUDOS
Muy bueno.