Por los espejos, Ramón entreveía que alguien lo acechaba desde atrás. También, a las espaldas, oía un rumor, sentía una respiración. Si se daba vuelta, nada. Pero empezó a conversar con su perseguidor, a toda hora. Y acabó por andar de lado, como un cangrejo. Así lo conocimos, curvado hacia la derecha, con la cabeza torcida, con la boca murmurando por un costado, derramando azul por un ojo extrañamente agrandado, en diálogo con el demonio invisible que siempre le pisaba los talones.
Enrique Anderson Imbert
No. 57, Febrero-Marzo- 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 544