
Desde la antigüedad, sin tener que recurrir a ningún tipo de conjuro, hubo “grandes brujos”. Algunos de ellos fueron: Aarón el Helenista, que vivió en tiempos del emperador Commeno y de quien se asegura que tenía sometida a sus órdenes algunas legiones de demonios, por medio de las “Clavículas de Salomón”. Alberto el Grande, gran mago y hábil astrólogo, quien creó un autómata que le servía de oráculo y resolvía todas las cuestiones que se proponían; el autómata fue destruido posteriormente por su discípulo, Santo Tomás de Aquino, por creer que era una obra o un agente del diablo. Cagliostro, célebre aventurero que se jactaba de conversar con los ángeles y quién instruyó una especie de cábala egipcia, pregonando las ciencias ocultas. María Ana Lenormand, sibila famosísima, nacida en Alezo en 1772 y fallecida en París en 1834, frecuentemente arrestada por considerársele “contrarrevolucionaria por haber hecho muchas predicciones”.
En la revista “Tiempo”
No. 59, Junio-Julio 1973
Tomo X – Año IX
Pág. 720