Raras veces puedo ver a alguien sin abofetearlo.
Todos prefieren el monólogo interior. Yo, no. Más me gusta abofetear.
Hay gentes que se sientan frente a mí en el restaurante y no dicen nada; están allí un buen rato porque han decidido comer.
Ahí tenéis a uno.
Yo me lo atraco, toc.
Me lo reatraco, toc.
Lo cuelgo en la percha.
Lo descuelgo.
Vuelvo a colgarlo.
Lo redescuelgo.
Lo pongo sobre la mesa.
Lo apilo y lo ahogo.
Lo ensucio, lo inundo.
Y vuelve a vivir.
Entonces lo enjuago, lo estiro (comienzo a enervarme, hay que terminar con él), lo comprimo, lo aprieto, lo resumo, lo introduzco en mi vaso, arrojo ostensiblemente el contenido por el suelo y le digo al mozo: “Tráigame un vaso más limpio”.
Pero me siento mal; arreglo al punto la cuenta y me voy.
Henri Michaux
No. 59, Junio-Julio 1973
Tomo X – Año IX
Pág. 774