Después de todo, era su obra. Por eso, cuando vio desmoronarse en esquirlas de plata su mundo maravilloso, y miró que las esquirlas alcanzaban otros mundos y la cadena nuclear continuó destruyendo sistemas, estrellas y galaxias, suspiró y meditó tanto tiempo como puede durar su suspiro.
Con paciencia infinita, recomenzó su primigenia jornada de seis días y un séptimo para el descanso. Todo lo hizo igual que antes, porque aún confiaba.
Eduardo Osorio
No. 123-124, Julio-Diciembre 1992
Tomo XXI – Año XXIX
Pág. 255