Dios dormía inquieto, se convulsionaba en su sueño sudaba y, de seguro, sufría.
Las bombas empezaron a caer, los hongos a levantarse, siniestros. El universo entero estaba en llamas, todo se derrumbaba entre gritos de rabia y ayes de agonía…
Dios abrió los ojos, jadeaba; suspiró aliviado, estaba despierto, la pesadilla había terminado.
Agustín Cortés Gaviño
No. 55, Noviembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 286