Un buen melón

Tres muchachas encontraron en el huerto de su casa una canasta con tres melones. Uno de ellos era grande y espléndido, los otros dos eran simples melones. La chica más codiciosa tomó el gran melón y dijo: —Para una hermosa y agraciada mujer como yo, una bella fruta como esta—. Así, partió cada quien su fruta. El gran melón estaba podrido y agusanado, pero ella lo vio jugoso y comenzó a saborearlo. Las otras dos jóvenes huyeron horrorizadas ente el gozo de la agraciada.

Rex Felipe de la Concha
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 33

El regreso del inútil


Cristo volvió por segunda vez a este planeta y le contaron cosas nuevas; usaron su ternura para limpiar espadas; le escondieron el tiempo dentro de una moneda; le cobraron el agua que les sobró a los ojos; le robaron su burro, su lentitud, su “no te apures que hay un cielo”, su “ama a tu prójimo”, y hasta sin su permiso, a sus sandalias les pusieron hélices; y estaba tranquilo… y, como siempre, inofensivo; pero al entrar al Vaticano, preguntó: ¿Y esta es mi casa? Perdóneme, señor, le respondió el portero, pero este palacio tiene dueños… y es ya muy tarde para los turistas…

Manuel del Cabral
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 31

La mujer loba


La mujer loba necesitaba sentirse bella y deseada. Y sus intentos pasaron, de amores tibios y mediocres, a una búsqueda que a ella misma le avergonzaba, pero su aullido infaliblemente la llevaba a calmar el hambre.

Con toda frialdad ingreso —como enfermera— a un hospital de desahuciados. Iba eligiendo de entre los hombres más próximos a la muerte a quienes se aferraban a la vida con más ahínco y respondían a insinuaciones eróticas, que la loba fomentaba a diario e iba acrecentando conforme se acercaba el final. En el momento certero, encontraba la manera de trasladar el enfermo en turno a un cuarto aparte y junto con la Muerte, la loba seducía a aquel hombre para hacer el amor con la fuerza y desesperación de una última vez. Desnudaba su belleza para sentir en la piel esas manos enloquecidas, palabras teñidas de violencia y llevadas a-una-suavidad-de-aliento.

La Muerte había venido soslayando estos morbosos encuentros y participaba provocando estertores; espasmos. La enfermera cerraba los ojos y atizaba la desesperanza, degustando la añorada soberbia, en frases enrarecidas de sus amantes: “…la única, la más bella, la vida, madre, niña, puta, santa, demonio, gatita, angelical…” hasta el grito, cuando encaja la Muerte sus dientes justo en el cuello de los hombres vencidos: Ambas, loba y Parca, caen en un lúgubre y místico orgasmo.

María Luisa Burillo
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 28

Cómo vencer a la muerte


A doña Concepción le dijeron varias veces que el niño que traía en las entrañas no iba a nacer. El doctor tuvo problemas para sacarlo del vientre pero, afortunadamente, el niño nació bien. Para doña Concha era la única forma de prolongar lo que le quedaba de vida. La muerte había sido su compañera desde siempre. Era huérfana desde los siete años. Su marido había muerto tres meses antes. El niño fue enfermizo y el adolescente retraído. Al joven le diagnosticaron un sufrimiento interior profundo que nadie supo explicar. Para que se aliviara, su tío Austreberto se lo llevó a Túnez, donde trabajaría en nuestra embajada como segundo secretario. Como si en Túnez la gente se curara de sufrimiento interior. Pasaron los años, casi veinte, y ni el tío ni Camilo volvieron a Colima. La gente siempre dijo: viven en Túnez y son felices. Doña concepción creía ambas cosas. Su hijo vivía y era feliz.

Francisco Blanco Figueroa
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 27

Los memoriosos


En aquellos días llegaron los hombres del mar. Con los ojos lejos de la mirada y los nombres en la línea del horizonte. Bajaron muy lentos de las naves, como si llevaran detrás suyo el peso de un enorme sol. Su hablar también era lento, masticaban después de cada palabra esa resonancia hipnótica que sólo conocen aquellos que han visto sus sueños tenderse sobre el mar. Y lento era aquello que decían, arrastraban mundos, chozas construidas con las hojas de una palma muerta, mujeres con sabor a sal, batallas donde habían perdido su destino, y toda la miseria de sus pensamientos que volvía en cada ola, en cada retumbo de la escollera de sus días.

María Baranda
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 13

Televisiva


La mujer sangraba, tenía heridas por todo el cuerpo, el vestido desgarrado, en el rostro reflejaba el pánico; sólo aguardaba la embestida final del monstruo. En ese momento una interrupción vino en su ayuda: la historia de terror quedaba trunca. Ella, aprovechando el anuncio de whisky, se alejó rápidamente de la bestia asesina. Al volver el film, el suspenso había desaparecido: por un lado el monstruo desconcertado buscaba a su presunta víctima, por el otro la mujer llegaba conduciendo su automóvil a casa de héroe, médico por cierto, para estañar sus heridas.

René Avilés Fabila
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 7

La fórmula indiscreta


Creo que la única manera de hacerse rico es ser feroz, un hombre sensible jamás se enriquecerá.

Para enriquecerse, hay que tener una sola idea, un pensamiento fijo, duro, inmutable, el deseo de acumular un gran montón de oro; y para llegar a aumentar ese montón de oro, ¡hay que ser usurero, estafador, inexorable, extorsionista y asesino!, ¡maltratar especialmente a los débiles y los pequeños!

Y, cuando se llega poseer esa montaña de oro, uno puede subirse encima, y desde la cumbre, con la sonrisa en la boca, contemplar el valle de miserables que ha ocasionado.

Petrus Borel
No. 134, Enero-Marzo 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 3