El mercader poseía una variada colección de caballos. Esos caballos fueron adquiridos con las más duras penas. Unos eran todavía procedencia legítima del Apocalipsis. Esos, por ser los más antiguos, eran alimentados por pequeñitos cuerpos de ángeles, los expulsados de la tierra. Los caballos más nuevos descendían, en linaje directo, de viejísimos reyes de la Babilonia. Esos eran tratados con suculentas sopas, extraídas de los residuos de los complicados alfabetos de las lenguas extinguidas. Tales animales tuvieron sus razas destruidas por las guerras. Por eso, el mercader los preservaba en lujosos palacios dotados de acústicas especiales, capaces de guardar, bajo registro, sus mínimos gestos amorosos.
Adao Ventura
No. 76, Marzo-Abril 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 272