Ananda te corrieron de la casa. Ya no escucharás más los pájaros ni el llanto de un niño en la madrugada. No quemarás los panes, ni tirarás en la boca del amante la leche de tus pezones. En la casa se queda la hamaca que adormece la tarde; el lino para el casamiento, los libros, las esculturas, el viento de los molinos.
Dejas una pared llena de clavos, la hornilla, dos vasos, dos cucharas; los amantes que se aman con la puerta abierta. Afuera, en el patio, quedan sus esqueletos: esos troncos mutilados de laureles y ahuehuetes. Él, un torso desnudo rasgado apenas como una nuez a la que no se le ha quitado bien la cáscara; los muslos de ella brotan sangre de árbol. Allá, tirados, otros árboles esperan convertirse en sueño.
Ananda te corrieron en domingo: la maleta en el coche, el azotón a la puerta; aventaron tu vida a la cajuela. Tu Joyce se partió la cabeza, tres vestidos arrugados son ahora el equipaje: Al subir al auto, Ananda, te raspaste con la primavera, dos bugambilias que recién florecen en inquietos rojos, en intensos verdes.
Pilar González Basteris
Número 136 – 137, julio-diciembre 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 94