La pareja par

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Y dicen que del primer hombre y mujer que hicieron, como está dicho, nació, cuando estas cosas se comenzaron a hacer, un hijo, al cual dijeron Piltzintecutli, y porque les faltaba mujer con quien casarse, los dioses le hicieron de los cabellos de Xochiquetzal una mujer, con la cual fue la primera vez casado.

Angel Ma. Garibay K. En Teogonía e Historia de los Mexicanos
No. 17, Octubre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 421

La señora de la tierra

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El mundo estaba lleno de agua. Y en el agua vivía la Señora de la Tierra. Era un monstruo cubierto de ojos y de fauces. Tezcatlipoca y Quetzalcóatl decidieron darle forma a la Tierra. Convertidos en serpientes, enlazaron y estrecharon al monstruo hasta que se rompió en sus dos mitades. Con la parte inferior hicieron la tierra y con la parte superior el cielo. Los otros dioses bajaron a consolarla y, para compensar el daño que Tezcatlipoca y Quetzalcóatl acababan de hacerle, le otorgaron el don de que su carne proporcionara cuanto el hombre necesita para vivir en el mundo. Su piel y sus cabellos quedaron convertidos en hierbas, grama, árboles y flores. Sus ojos se mudaron en pequeñas cuevas, pozos, fuentes. Su boca se transformó en ríos y en grandes cavernas, su nariz en los montes y en los valles.

De la teogonía náhuatl traducida por Ángel Ma. Garibay
No. 22, Abril 1967
Tomo IV – Año III
Pág. 348

Ángel Ma. Garibay Kintana

Ángel María Garibay Kintana

Ángel María Garibay Kintana

(Toluca, Estado de México, 18 de junio de 1892 – Ciudad de México, 19 de octubre de 1967) 

Sacerdote católico, filólogo e historiador mexicano, se distinguió especialmente por sus trabajos relativos a las culturas prehispánicas. Es considerado uno de los más notables eruditos sobre la lengua y la literatura náhuatl, y fue maestro de algunos de los más destacados investigadores mexicanos en ese campo.

Como la planta que quedó bajo las moles de un edificio que se derrumba y, tras calvarios de lucha, logra encumbrar entre los escombros sus ramas, así la mente de los indios vencidos sintió la herida en lo más hondo, pero no quedó muerta: tomó lo que pudo y quiso de los invasores y siguió desenvolviendo su propia vida. ¡No en vano El, que vigila sobre los destinos de los pueblos, ha querido que sea siempre una luz encendida en el tiempo cada mente colectiva que se formó en la Historia!

Huérfano a los cinco años, fue criado por una de sus hermanas en el pueblo de Santa Fe, cercano a la capital mexicana. En la escuela de esa localidad completó sus estudios elementales, y en 1906 ingresó al Seminario Conciliar de México para comenzar su carrera eclesiástica. Su interés por las culturas antiguas de su país se inició en esos tiempos; aprendió el náhuatl, y comenzó a estudiar documentos del México antiguo. Al mismo tiempo, estudió latín, griego y hebreo, y llegó a dominar también el inglés, el francés y el alemán.

Se ordenó sacerdote en 1917. Su asignación a la parroquia de Xilotepec (Estado de México) le sirvió para aprender otomí. Pero su interés en los pueblos originarios de México no era simplemente el del historiador: colaboró con los indígenas en la organización de pequeñas industrias, y tras mucho insistir ante las autoridades gubernamentales logró que se introdujeran en la región servicios públicos de salud, educación y asistencia técnica agrícola.

Su carrera eclesiástica se combinó con su trabajo de investigador y su vocación por mejorar las condiciones de vida de las comunidades indígenas. Permaneció en Xilotépec hasta 1919, para regresar al Seminario donde en 1924 fue profesor de Humanidades y Retórica. Vuelto al sacerdocio, fue sucesivamente párroco de otras localidades de la región central mexicana: San Martín de las Pirámides, Huixquilucan, Tenancingo y, finalmente, Otumba.

En 1941 fue nombrado Canónigo Lectoral en la Basílica de Guadalupe. Había publicado ya algunos de sus trabajos, pero es a partir de la década de 1940 cuando comienza la producción de sus obras más significativas.1

Vida académica 

En febrero de 1952 es elegido miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua, el 23 de abril de 1954 fue promovido como miembro numerario ocupando la silla XXIX y desempeñándose como censor de 1955 a 1956.2 Ese mismo año, en ocasión del 400° aniversario de la fundación de la Universidad Nacional Autónoma de México, se le otorga el nombramiento de doctor Honoris Causa. Poco tiempo después fue nombrado Profesor Extraordinario de la Facultad de Filosofía y Letras de esa Universidad y en 1956 ingresó al Instituto de Investigaciones Históricas; al mismo tiempo que se convertía en director del Seminario de Cultura Náhuatl.

Fue también miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia, ocupó el sillón 4, de 1962 a 1967.3 En 1962 el Senado de la República le otorgó la Medalla Belisario Domínguez en mérito a su trabajo en el rescate del pasado histórico mexicano. En 1965 recibió el Premio Nacional de Literatura y Lingüística de México.4 Su obra es extensísima, incluyendo alrededor de cuarenta libros publicados y centenas de artículos científicos y de divulgación. De especial relevancia son sus aportes sobre los aspectos literarios e históricos de los antiguos nahuas, y sus estudios sobre fray Bernardino de Sahagún. Entre sus discípulos más destacados se encuentra el antropólogo e historiador Miguel León-Portilla.

Muchos de sus contemporáneos, al mismo tiempo que destacan su extraordinaria dedicación al trabajo y su amplitud de criterios, recuerdan también su mal carácter y su curiosa afición por el mate rioplatense[1].

Caída del cielo

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50. En el año postrero en que fue sol Chalchiuhtlicue, como está dicho, llovió tanta agua y en tanta abundancia, que se cayeron los cielos, y las aguas se llevaron a todos los macehuales que iban, y de ellos se hicieron todos los géneros de pescados que hay. Y así cesaron de haber macehuales, y el cielo cesó, porque cayó sobre la tierra.

51. Vista por los cuatro dioses la caída del cielo sobre la tierra, la cual fue el año primero de los cuatro, después que cesó el sol, y llovió mucho —el cual año era tochtli—, ordenaron todos los cuatro de hacer por el centro de la tierra cuatro caminos, para entrar por ellos y alzar el cielo.

52. Y para que los ayudasen, criaron cuatro hombres: al uno dijeron Cuatemoc, y al otro Itzcóatl, y al otro, Itzmali (t. v. Izcalli), y al otro Tenexuchitl.

53. Y criados estos cuatro hombres , los dos dioses, Tezcatlipuca y Quetzalcóatl, se hicieron árboles grandes. Tezcatlipuca, en un árbol que dicen tezcahuahuitl , que quiere decir “árbol de espejos”, y el Quetzalcóatl en un árbol que dicen quetzalhuexotl. Y con los hombres y con los árboles y dioses alzaron el cielo con las estrellas como agora está.

54. Y por lo saber ansí alzado, Tonacatecutli, su padre, los hizo señores del cielo y las estrellas.

55. Y porque, alzado el cielo, iban por él Tezcatlipuca y Quetzalcóatl, hicieron el camino que parece en el cielo, en el cual se encontraron y están, después acá, en él y con su asiento en él.

 

Ángel Ma. Garibay K. en Teogonía e Historia de los Mexicanos
No. 18, Noviembre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 534