Había una vez un enfermo en una casa incendiada, a donde llegó un bombero. “No me salve”, dijo el enfermo. “Salve a los que están sanos”.
“¿Tendría usted la bondad de explicarme por qué?”, preguntó el bombero, que era un hombre bien educado.
“Nada más fácil”, dijo el enfermo, “Los sanos deben ser preferidos porque son más útiles para el mundo”.
El bombero quedó meditando ya que era un hombre de cierta filosofía “De acuerdo”, dijo al fin, mientras se hundía parte del techo. “Pero puesto que estamos conversando, ¿cómo definiría usted el deber de los sanos?”
“Nada más fácil, replicó el enfermo, “El deber de los sanos es ayudar a los enfermos”.
Como antes, el bombero se quedó meditando, ya que no había ninguna prisa en ese hombre ejemplar. “Yo podría perdonarle estar enfermo”, dijo por fin”, mientras se caía parte de la pared. “Pero no ser tan necio”. Con esas palabras alzó su hacha de bombero, porque era singularmente justo, y hendió sobre la cama al enfermo.
Robert Louis Stevenson
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 25