¡Bastardos misóginos!, pensó de los mayores, los que criticaron a S. Sontang tan abyectamente. Los jóvenes, aquellos sentados por parejas en el suelo, que aprobaban en forma abierta y sincera, esos eran otra cosa.
—Pero yo no pertenezco a su mundo. No, que va, haber pasado la barrera de los treinta años…
Alguien se ofreció a llevarla.
—¿Trabajas o estudias?
Está bien que sea come-años, pero no tanto. Halago, coquetería. Risa que ilumina unos ojos de costumbre ensombrecidos.
—Soy maestra, aquí en C. U., en Economía.
—¿Status?
—Divorciada. (De algún modo había que llamarle). Ahí viene —pensó— la oferta número…
—Una divorciada, sola, tú sabes, necesita…
No le oía, se reía por dentro. Divorciada: palabra esencialmente erótica.
—Aquí es, aquí es, Mil gracias.
Cuando llegó al pequeño departamento los niños estaban irritables, nerviosos. A la hora de acostarlos seguían discutiendo.
—Déjalo, mi hijita, él es hombre.
—Hom-bre. Hom-bre. Hom-bre…
Le repetía el sonido del reloj mientras trataba de conciliar el sueño, esa noche como tantas otras…
M. V. Busquets
No. 53, Mayo-Junio 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 86