El señor que tenía algo en el ojo

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Dos señores, correctamente vestidos de negro, se cruzan en la escena. Uno de ellos detiene al otro y cortésmente le ruega que tenga a bien soplarle el ojo. El señor detenido hincha los carrillos y sopla. Inútilmente. Sopla una y otra vez con distinta intensidad. Sin resultado. Toma una largavista y, como Napoleón en el campo de batalla, atentamente contempla el ojo afectado. Estira hasta el colmo el catalejo, para ver mejor, y de paso le pone el otro ojo en compota al señor. Inspección inútil: nada ve.

Entonces extrae un taladro de su bolsillo, saca de su órbita el ojo enfermo y lo observa en todos los sentidos. Ocurrencia feliz: ¡al fin encuentra!

Hace mutis por un momento, y entre bastidores se oye, entretanto, un ruido sordo, como el de un gran peso que cae en el suelo; luego le devuelve el ojo al señor. En ese momento, un coche cargado con una piedra enorme y tirado por cuatro robustos caballos pasa por el fondo del escenario.

El señor se aleja, dando muestras de alivio. Eso era lo que le molestaba.

Jules Jouy
No. 31, Agosto 1968
Tomo V – Año V
Pág. 657