Alphonse Daudet

Alphonse Daudet

Alphonse Daudet

(Nimes, 1840-París, 1897)

Alphonse Daudet nació el 13 de mayo de 1840 e Nimes (Francia), en el seno de una familia de la pequeña burguesía. Era hijo de Vincent y Adeline Daudet, quienes se dedicaban al comercio de la seda.

El negocio de sus padres fracasó y la familia Daudet acabó arruinada, lo que conllevó el traslado de su familia a Lyon.

Con posterioridad, Alphonse y su hermano Ernest se marcharon en 1857 a París, ciudad en la que Daudet trabajó como secretario personal para el Duque de Morny, el director de «Le Figaro», en donde comenzó a escribir. El Duque le inspiró la novela «El Nabab (Le nabab)» (1877).

Su inicio en el mundo de la literatura se produjo a los 18 años, cuando publicó el libro de poemas «Las Enamoradas (Les Amourreuses)» (1858), continuado por uno de sus títulos más importantes, la colección de cuentos «Cartas Desde Mi Molino (Lettres de mon moulin)» (1866), inspirados por su vivencia en tierras de la Provenza.

En cuanto a su vida sentimental, Alphonse Daudet contrajo matrimonio en 1867 con la escritora Julia Allard.

Participó en la Guerra Franco-Prusiana entre 1870 y 1871.

En el aspecto literario, además de novelas encuadradas en un naturalismo con trazos de lirismo, esperanza y humor, como «Jack» (1876), «Safo (Sapho)» (1884), «El Inmortal (L’immortel)» (1888) o la popular trilogía de Tartarín, con «Tartarín De Tarascón (Les aventures prodigieuses de Tartarin de Tarascon)» (1872), «Tartarín En Los Alpes (Tartarin sur les Alpes)» (1885) o «Port Tarascon» (1890), escribió también piezas dramáticas, como «La Arlesiana (L’Arlésienne)» (1872), musicada por Georges Bizet.

Murió en París, el 16 de diciembre de 1897. Tenía 57 años[1].

Los francotiradores

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A la vez, innumerables compañías de francotiradores se organizaron con gran entusiasmo: “Los hermanos de la muerte”, “Los chacales de la Narboresa”, “Los trabucos del Ródano”. Los había de todos los nombres, de todos los colores, como centáureas en un campo de avena, y llevaban penachos, plumas de gallo, sombreros gigantes, cintos anchos de tras palmos… Para parecer más terribles, los francotiradores se dejaban crecer la barba y los mostachos de tal modo, que en el paseo nadie se reconocía. A lo mejor, de lejos, veíase un bandido de los Abruzzos, que se echaba sobre vosotros, con los mostachos retorcidos como garfios, los ojos llameantes, haciendo un terrible ruido de sables, revólveres y yataganes; y luego, cuando se acercaba, conocíais que era Pegoulade, el recaudador. Otras veces os tropezabais en la escalera con Robinsón Crusoe en persona, con un sombrero puntiagudo, su cuchillo de sierra y un fusil en cada hombro; a fin de cuentas, resultaba ser Costacalde, el armero, que volvía de comer fuera de casa. El caso es que, a fuerza de adoptar aspectos feroces, los tarasconenses acabaron por aterrorizarse unos a otros, y al poco tiempo nadie se atrevía a salir de casa.

Alfonso Daudet
No. 54, Julio-Septiembre 1972
Tomo IX – Año IX
Pág. 229