El día y la noche

Antes las noches no me gustaban.

Porque todo enmudecía.

Porque las flores tomaban el mismo color negro de la oscuridad. Y perdían hasta las formas.

Por eso prefería la mañana o la tarde. Porque se ocultaba el sol y la plaza quedaba vacía. Todo quedaba vacío y confuso.

En casa, el patio se reducía a un montón de bultos negros o a contornos que sólo reconocíamos los que vivíamos allí.

Yo quería convencer a la Tierra… Que dejara de rotar. Que se detuviera en pleno sol y se trasladara siempre así.

Una noche lo logré.

Soñé que la Tierra dejó de rotar. Sonoricé a los árboles que dormían mudos y las plazas se llenaron de niños.

La tierra, lenta, se trasladaba fija.

Esa noche fui feliz.

Después soñé que sólo una parte de la tierra vivía el día. Y que otros niños tendrían la noche para siempre.

Entonces pedí a la tierra que volviera a rotar.

Roberto Bertolino
No. 49, Octubre-Noviembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 449

Roberto Bertolino

Roberto Bertolino

(n Carmelo,1944-m. Buenos Aires, 1996)

Bertolino es el magnífico autor de Ramón y de otras obras que han merecido premios internacionales y ediciones en Japón, Bélgica, España, Holanda, Argentina, Suecia y Uruguay.

Las últimas son: El aguatero de Buenos Aires; El hombrecito de agua y El país de las plantas, todas del sello Editorial Guadalupe.

Roberto Bertolino se dio a conocer con Crónicas de Niños (1968) y Ramón (1971) en momentos en que todavía era residente en su natal Carmelo (Departamento de Colonia, Uruguay) y enviaba sus trabajos a El País, donde eran publicados con asiduidad. Así lo fue conociendo el público uruguayo y lo estimuló la Prof. Otilia Fontanals, quien realizara el prólogo para Ramón, libro ineludible en toda biblioteca bien constituida. Maestro, director de escuela pública, consultor de UNESCO en el área de la promoción de la lectura, editó su obra en España, Bélgica, Holanda, Japón, Argentina y Uruguay. Mereció numerosos premios, entre los que destaca Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. La promoción 1996 de la Cátedra «Juana de Ibarbourou» lleva su nombre. [1]

El mejor regalo

Bajando la loma estaba el rancho de los montaraces. Allí todos trabajaban: las mujeres caponando la viña que crecía en el valle, los hombres talando montes y apilando leñas.

El menor de la familia iba a la escuela. Desde que le regalaron el rosillo no faltó un solo día.

Los domingos recorría el monte bajando lechiguanas. Y se quedaba mucho rato, sentado, a la sombra, gustando la miel. Después, sosteniendo la cabeza entre sus manos, trataba de descubrir una chicharra que entre las hojas de un molle se quejaba en voz alta, del sol.

Al tiempo talaban el monte.

Fueron sus días más tristes.

Él trabajó en la desmontada. Mientras los mayores destroncaban y quemaban, él juntaba chamizos y apilaba leñas.

Así, hasta que cayó el último árbol.

El día del pago su padre entregó a los hombres el dinero convenido. Y dirigiéndose a él, le dijo:

—Y a usted; por haber trabajado tan bien, le haré el mejor regalo que pida.

El niño, oyendo aquel ofrecimiento, levantó la cabeza, y mirando el campo sin ningún árbol, contestó:

—Padre, quiero tener de nuevo el monte.

Roberto Bertolino
No. 49, Octubre-Noviembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 399