Antes las noches no me gustaban.
Porque todo enmudecía.
Porque las flores tomaban el mismo color negro de la oscuridad. Y perdían hasta las formas.
Por eso prefería la mañana o la tarde. Porque se ocultaba el sol y la plaza quedaba vacía. Todo quedaba vacío y confuso.
En casa, el patio se reducía a un montón de bultos negros o a contornos que sólo reconocíamos los que vivíamos allí.
Yo quería convencer a la Tierra… Que dejara de rotar. Que se detuviera en pleno sol y se trasladara siempre así.
Una noche lo logré.
Soñé que la Tierra dejó de rotar. Sonoricé a los árboles que dormían mudos y las plazas se llenaron de niños.
La tierra, lenta, se trasladaba fija.
Esa noche fui feliz.
Después soñé que sólo una parte de la tierra vivía el día. Y que otros niños tendrían la noche para siempre.
Entonces pedí a la tierra que volviera a rotar.
Roberto Bertolino
No. 49, Octubre-Noviembre 1971
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 449