Los griegos no inventaron nada. El mar destellaba antes que ellos. La tierra dura y accidentada estaba ahí. El fuego que habría de devorarlos, ni siquiera él venía de sus manos. Llegaron simplemente tarde, hasta la costa. Allí se detuvieron, e hicieron sus casas y sus libros. Ulises, como el mar, como la tierra y como el fuego, ya los aguardaba. Sólo puede atribuírseles que un día, hartos de mirar a un cielo vasto y oscuro, crearon las estrellas. Pero, inclusive sobre esto, a veces me asaltan graves dudas.
Sin embargo, cuando las noches son claras, musicales e inmensas, todo es una evidencia: las estrellas son griegas.
Carlos Villalba
No. 76, Marzo-Abril 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 268