Alejandro Aguilar Sierra

Alejandro Aguilar Sierra

Alejandro Aguilar Sierra 

(México D.F. el 30 de Noviembre de 1964)

 Me obsesiona la simplicidad y la brevedad, por eso el cuento es mi tipo de literatura favorito y el reto de escribir minificciones me atrae mucho. De niño dibujaba cuadernos de historietas con argumentos originales, tenía ideas para cine y escribí algunas obras cortas para teatro y para títeres. Fue en la adolescencia cuando, acompañando a mi hermana a un taller literario en el CCH Sur, se despertó en mí una furiosa creatividad que me llevo a escribir más de 100 cuentos antes de cumplir 19 años. No tengo premios pero sí el orgullo de haber creado una revista literaria estudiantil llamada Aquelarre y haber visto publicados algunos de mis cuentos en suplementos culturales, revistas de divulgación científica y finalmente la mismísima, legendaria revista El Cuento, que conocía y admiraba desde niño, pues mis padres la compraban y de hecho casi tengo la misma edad que la revista. Tuve el honor de conocer a Don Edmundo en su taller sobre la estación del metro Juárez a finales de los 80.  Recuerdo que el primer día que asistí al taller, se canceló la sesión debido a que el maestro Valadés asistió al funeral de Juan Rulfo, era enero de 1986. Por alguna razón confiero a ese hecho una importancia que seguramente no tiene.  De adulto he escrito muy poco, pero cuando lo hago, aún lo disfruto mucho[1].


[1] Datos biográficos enviados por Alejandro, vía e-mail.

Los sueños, ¿qué tan sueños?

Luego de un sueño particularmente real, usted despierta. Sus cobijas están empapadas de sudor. Descubre con horror una inexplicable herida en el brazo, que aún no cicatriza. Por el noticiero matutino usted se entera de que en un país lejano se cometió un robo de joyas valiosísimas. La policía llegó antes de que el ladrón tuviera tiempo de huir. Lo emboscaron y cuando estaban a punto de atraparlo, desapareció. Usted siente vagamente que los detalles le son familiares. Sí, finalmente recuerda, coinciden con el sueño que usted acaba de tener.
Lo verdaderamente aterrador es que se encontraron gotas de sangre de su tipo en el lugar de la evasión. Usted decide que su herida es como aquella flor que para Coleridge, probara que alguien estuvo en el Paraíso durante un sueño.
Pero hay algo que no encaja, esa incertidumbre que le quitará el sueño durante mucho tiempo: ¿dónde carajos están las joyas?

Alejandro Aguilar Sierra
No. 135, Abril-Junio 1997
Tomo XXIX – Año XXXIII
Pág. 33