Escondido en el callejón, saca del bolsillo una piedra y su cauchera. Con un ritual estratégico coloca una dentro de otra, dejándola lista para disparar, mira a la derecha, a la izquierda, hacia arriba y zuas.
Minutos después llora en la falda de su madre porque el cielo se cae a pedazos.
Jorge Campo
No. 121-122, Enero-Julio 1992
Tomo XXI – Año XXVIII
Pág. 120