Equivocación

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Nos embarcamos en el Mediterráneo. Es tan bellamente azul que uno no sabe cuál es el cielo y cuál el mar, por lo que en todas partes de la costa y de los barcos hay letreros que indican dónde es arriba y dónde abajo; de otro moto uno puede confundirse. Para no ir más lejos, el otro día, nos contó el capitán, un barco se equivocó, y en lugar de seguir por el mar la emprendió por el cielo; y como el cielo es infinito no ha regresado aún y nadie sabe dónde está.

Karel Capek
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 777

Karel Capek
No. 98, Mayo – Junio 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 359

La pesadilla

El horrible hombre arrastrando su pata seca, blandiendo el hacha entre sus peludas manos, empezaba la continua persecución a la niña por los pasadizos y corredores de la enorme casa. Cuando perdida la esperanza de escapar, la niña, viéndolo acechante correr hacia ella y levantar el hacha, no soportaba más, gritaba, entonces despertaba. Y así las sucesivas noches… Hasta la noche en que la niña no quiso gritar para no despertar más a sus padres quienes acudían entre somnolientos y aburridos a socorrerla de los gritos de pesadilla. Al otro día, en la mañana, su madre al abrir la puerta del cuarto, antes de dar un sonoro grito de desmayo, alcanzó a ver una figura algo humana de un cuerpo tendido en la cama con más de media hacha metida en el pecho aún sangrante. El padre corrió y encontró en un rincón del cuarto a la niña sollozando babeante entre sus mocos.

José Marcelo del Castillo
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 807

Nociones de Ataudología

Ayer fuimos a conocer los ataúdes. Los había grandes, pequeños, anchos, angostos, en tonos claros y oscuros, pero todos recordaban Ayer fuimos a conocer los ataúdes. Los había grandes, pequeños, anchos, angostos, en tonos claros y oscuros, pero todos recordaban la sociedad inglesa de los cuentos de Dickens.

Cuando descubriste que tu blusa era del mismo color morado que el forro de una de las cajas, te sentiste tan incómoda como si al lado de un enfermo, hubieras empezado a sentir los síntomas de su misma enfermedad. Por eso no insistí en que los probáramos y por temor a que, como en una pesadilla, nos cerraran las tapas y nos enterraran sin que alcanzáramos siquiera a despedirnos de los mejores amigos. Ayer fuimos a conocer los ataúdes porque no queremos sentirnos extraños cuando desaparezcan el canto de los pájaros y las llamadas por teléfono.

Gustavo Wilches Chaux
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 803

Miguel Ángel y su Moisés

Una vez terminada la colosal escultura que representa a Moisés, el genial escultor, arrobado ante la perfección de su obra, golpeó con su martillo uno de los pies de la majestuosa figura, a la vez que le decía: “Y ahora, habla”
Las buenas costumbres, la educación refinada y el respeto al venerable artista, no han querido imaginar jamás, lo que la estatua (si hubiera tenido el don de la voz) hubiera contestado a su creador.

Rafael Cordero Aurrecoechea
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 800

Inferioridad

 


Ella me dio un ramo de flores, me puso una chaqueta roja y me subió sobre sus hombros. A la gente le decía: “Como es un enano tengo que llevarlo así, tiene complejo de inferioridad”. Y la gente se reía.

Arrabal
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 798

Arrabal
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 692

¡No volaron!

La abuelita explicó a sus nietos que el Creador, el formar el mundo, hacía figuritas de barro y luego les daba vida mediante el soplo divino.

Cuando les tocó el turno a los patos, las figuras de barro amarillo fueron sopladas y lanzadas al viento, donde volaron.

Por esos días en que la abuelita instruía a sus nietos, una pata de la casa empolló varios huevos.

Los pequeños, que apenas balbuceaban sus primeras palabras, cogieron a los patitos, los soplaron… y los lanzaron al aire.

La criada enterró a la nidada.

Los niños, asombrados, sin saber qué había pasado, sólo decían… ¡No volaron!

Guillermo Flores Bastida
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 795

Marx y Engels


La señora posiblemente acababa de salir de la peluquería; uno nunca sabe con ella. Aunque bien mirada parecía que no había estado nunca en una peluquería. Si se la conocía, se veía que siempre parecía que no acababa de salir de la peluquería. Aún cuando acabara de salir. O de entrar.

La señora tal vez acababa de salir de la peluquería. Nunca se supo. Lo único que se sabe es que miró al escritor y al poeta y con el mismo gesto de ensartarse una mecha rubia a su cabeza para decirles histórica con una entonación inocente pero culpable y tal vez todavía inocente, en falsete:

—¡Lo que es la ignorancia! Hasta hace muy poco yo creía que Marx y Engels eran una sola persona. Ustedes saben, como Ortega y Gasset.

Guillermo Cabrera Infante
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 794

El otro


Durante todo aquel verano venía sintiendo extrañas sensaciones. Aunque no la viera por ningún lado, a veces se encontraba como ante una empalizada. Otras le parecía tener los dedos metidos dentro de un guante, que estaba a punto de terminar de leer El Corán y cosas por el estilo.

Arrastró la confusa sensación de su conciencia durante las largas vacaciones. Cuando llegó el momento de volver se dispuso a recoger el equipaje. Entonces se sintió presa de la mayor incertidumbre. Eran dos las maletas que se disponía a preparar cuando siempre se había arreglado muy holgadamente con una.

Pero sucedía que el interior de su cuerpo también estaba ocupado por otro personaje, a quien en adelante habría de tener en cuenta.

Antonio Fernández Molina
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 793

El atardecer y la muerte

De tiempo acá el joven esperaba con cierta ansia o impaciencia al atardecer, la soleada tarde, el triste ocaso. Apenas el sol pretendía ocultarse cuando el joven ya lo perseguía; y así para cuando el sol empezaba a recortarse en el confín o en el sinfín del mundo, el joven casi lo alcanzaba, y así de tarde en tarde. En la noche, de regreso, feliz, la esperanza estaba puesta en la siguiente tarde. Entonces, no siempre, algún viejo se cruzaba en su camino en aquellos vastos campos.

El joven creía perseguir al sol y a la inefable belleza de su ocaso; se decía a sí mismo que su alma o su corazón de poeta necesitaba ese alimento. En realidad, no amaba tanto al sol ni a la innegable belleza de su puesta, sino que amaba el alegórico sentimiento de muerte que el atardecer le producía. Amaba la muerte, y lo que estaba buscando y persiguiendo cada tarde era la muerte, sin saberlo él, clara o conscientemente. Lo supo, lo que se llama saberlo, hasta que la encontró aquella noche, hasta que la vio y la contempló horrenda, tal cual era.

Todo sucedió en la negra noche más negra que las otras cuando vino el viejo y le dijo que él era la muerte, que al fin la había encontrado. Le dijo que había descubierto el secreto en sus ojos, en esos ojos verdes y cafés que Dios le había otorgado; le dijo que no se extrañara de su aspecto, mundanal, y simple, pues la muerte, a despecho de lo que creen los más de los humanos, no es un personaje, es más bien un mensaje, el único mensaje que dios concede a los humanos. Y Dios dispone, concluyó sin apearse del caballo, que hoy te encuentres con la muerte. El joven vio brillar bajo la cintura del viejo un hermoso alfanje y, atemorizado, retrocedió por un momento; más acicateado por su orgullo de joven, tal vez también por su necedad de joven, se adelantó y dijo:

—No me asustas: no he creído una palabra de cuanto has dicho.

El viejo sonrió con amargura, también con burla.

—¿No me has creído, eh?

Un alfanje brilló en la noche y un caballo se desangró en el acto. “Es una ofensa a Dios, una impiedad, buscar la muerte con la disposición con que tú lo has hecho”, dijo mientras daba media vuelta y se alejaba.

Yo, con el susto metido muy dentro de la carne, todavía lo vi hundirse en la negrura de la noche hasta que las sombras se lo devoraron.

Vicente Muñoz Aguilar
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 791

Desde aquel verano


El verano se había prolongado de un modo excepcional. Resultaban paradójicos aquellos días de calor inconsecuente que transmitían un cansancio y un desaliento continuos. Pero el verano terminó de un día para otro y el cambio fue radical. El cielo se volvió gris, la temperatura ínfima, la vegetación melancólica. Y comenzó la caída de la hoja. Descendían pausadas, pero ininterrumpidamente. El suelo ofrecía una mullida alfombra a sus pies. Llegó un momento en que los árboles aparecieron desnudos. Poco después, comenzaron a caer pequeños trozos de ramas. La cosa continuó. Los troncos llegaron a quedar pelados. Siguieron desprendiéndose pedazos de los trancos hasta desaparecer los árboles. Tras ello, se inició la caída de los pararrayos y de las veletas. Cayeron las tejas y, poco a poco, se fueron desmoronando los edificios. No queda nada en pie. Hace tiempo que no he visto a ninguna persona. No distingo el día de la noche. Me alimento con el polvo que recojo del suelo. Siento una curiosa sensación en la espalda. A veces me parece haberme transformado en un ser distinto del hombre.

Antonio Fernández Molina
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 790

La esprumesa


En aquel espejo había una esprumesa. Ya lo dice el Diccionario de animales, de François René Titú: “Animal que raramente se ve por estas latitudes. Huye del agua y del fuego, le molesta la luz, tiene los ojos redondos. Mamífero de tres patas. Se toca con una especie de sombrero que a veces le da la apariencia de que lo puede tomar entre sus manos. Es extraordinariamente inteligente y si en alguna ocasión alguien le descubre encima de un espejo, debe prevenirse porque tendrá que hacer frente a un acontecimiento extraordinario.

Aunque nunca había visto el animal, ni foto o grabado que le representara, puedo asegurar que es, efectivamente, una esprumesa, y que contra lo que se pueda temer, resulta un animal simpático sobre el que da gusto cabalgar mecido en sus rítmicos saltos de canguro.

Antonio Fernández Molina
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 788

Fantasmas


Este es el texto de un cable de prensa enviado desde Inglaterra hace ya varios años:

El especialista de los espectros, con una rica experiencia de 25 años en Gran Bretaña, donde pasó numerosas noches en vela algunas de las cuales fueron muy agitadas, afirmó enfáticamente creer en los fantasmas.

“He visto muchos y no dudo de su existencia, pero no me pidan que revele su naturaleza porque no hay explicación”, dijo.

“Existen fantasmas simpáticos y malos, tímidos y vindicativos, alegres bromistas o tristes caballeros”, añadió.

Ronald Hearn, recomendó sobre todo, dejar de lado todo miedo a los aficionados a encuentros insólitos, porque la mayoría de los fantasmas, subrayó, son inofensivos.

“Generalmente, prosiguió, pasan sin hacer el menor daño y raramente son visibles más de media hora”.

“Cuando no podáis desprenderos de un fantasma que se haya instalado en vuestra casa, lo mejor es acostumbrarse a vivir en su compañía. Haced de él un miembro ocasional de vuestra familia”, concluyó Ronald Hearn.

Anónimo
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 786

Papalotl

Te dije que la mataras; si no, me va andar persiguiendo. Te dije que no me gusta. Te dije que clavándole un alfiler la pegaras a la pared, para que ya no se mueva y mi espíritu se quede aquí y no me lo robe.

Te dije que con un palo y el alfiler en la punta; pero tú quisiste a escobazos y se te vino encima con harto coraje, y te saltó el polvo de sus alas a la cara, y te quemó los ojos, y por un rato no podías ver, y tú te enojaste mucho y le pegabas a ciegas y no te dabas cuenta que la tenías como un prendedor sobre tu rebozo, pero como seguías enmuinada, no hacías caso de lo que yo te decía —que si no la matabas me iba a robar mi espíritu, porque estuvo sobre mi cama…

Te dije: Clávale el alfiler, pero como tú no me oías y me iba a robar mi espíritu, yo se lo tuve que clavar; y caíste al piso viéndome muy asustada. Ahora tengo que tenerte aquí, en esta cajita de cristal para poder cuidar que no te quites el prendedor, pues si vuelve a volar va a venir por mi espíritu.

Martha Figueroa de Dueñas
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 785

La gran ejecución


Faltaba ya poco para que se concretara la que sería “La Fiesta del Siglo”.

Sobre un monstruoso escenario al aire libre de miles de kilómetros cuadrados— actuarían al unísono centenares y centenares de grupos de música moderna.

Las juventudes fanáticas del pop y el rock, ya acudían al lugar desde todos los rincones del mundo.

Los técnicos avasallados por cables y enchufes, ultimaban al pandemonio de los complejísimos equipos electrónicos.

Nadie sabía que el promotor y organizador de aquel magno acontecimiento amaba enloquecidamente a Mozart, a Vivaldi, a Brahms, y que —además—era un verdugo experto en electrocuciones en cadena.

Héctor Sandro
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 780

La interrupción

Era una pelea desigual. Veinte contra dos. Sin embargo, lograron acabarlos, con formidables golpes de sable. Tenían que salir de ahí porque el techo de la caverna se derrumbaba, aunque antes lograron arrancar el rubí que era el ojo único de un gran ídolo dorado. Escaparon justo a tiempo, y ya sólo debían vencer al dragón del castillo y ganar la playa para alcanzar el buque.

Pero eso sería después, porque mamá les gritó que ya era tarde y debían dormir.

Fernando Flores Alvarado
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 776

Curso de lectura intensiva


“El suicida que se lanzó al vacío comenzó a volar antes de llegar a su destino. Desde el treintavo piso 30 personas estaban leyendo junto a la ventana que daba a la calle de cada departamento en el mismo diario, idéntica noticia. De este modo, el hombre a quitarse la vida se informó sin costo alguno que la Segunda Guerra Mundial había terminado dejando un saldo pavoroso de muertos y heridos y en su mayoría inocentes, según la opinión de sesudo editorialista. ¿y qué diría el aviso económico que apenas alcanzó a captar con el rabillo del ojo?.

Alfonso Alcalde
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 773

La mujer ideal


Lo que ha faltado sobre todo hasta el presente a mi vida ha sido simplicidad. Poco a poco comienzo a cambiar.

Ahora, por ejemplo, siempre que salgo, llevo mi cama conmigo, y cuando una mujer me agrada, la tomo y me acuesto con ella al instante. Si sus orejas o su nariz son feas y grandes se las quito juntamente con la ropa y las pongo debajo de la cama. Allí las encontrará ella al partir. Sólo guardo lo que me agrada.

Si su ropa interior ganara al ser cambiada, la cambio en seguida.

Ese será mi regalo. Si entre tanto veo otra mujer más agradable que pasa, me excuso ante la primera y la hago desaparecer inmediatamente.

Personas que me conocen sostienen que no soy capaz de hacer eso que digo; que no tengo suficiente temperamento para ello. Yo también lo creía así, pero era porque no hacía todo como se me antojaba.

Ahora, paso siempre muy lindas tardes. (Por la mañana trabajo)

Henri Michaux
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 768

El insomnio del guerrero

Libré al pueblo de nefastas plagas; ahuyenté las serpientes que invadieron templos y jardines; luché contra los lobos que inquietaban por igual a los rebaños y el sueño de los santos. Pero, ¿cuándo y cómo podré dormir si me paso las noches combatiendo a las pulgas que a diario se multiplican, me atacan y succionan mi sangre de héroe victorioso?

Roberto Bañuelas
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 763

Accidente


Un escolar extendió en el piso su cuaderno de geografía. Lo miró tanto que terminó maravillándose ante la perfección de un mapa. Se hizo pequeñito y comenzó a caminar por el país que había dibujado.

Murió ahogado en un lago de tinta fresca.

Juancarlos Moyano Ortiz
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 762

Juan Carlos Moyano Ortiz
No. 100, Septiembre-Diciembre 1986
Tomo XV – Año XXII
Pág. 700

Semblanza histórica

Chaparrito y malencarado, tan persistentemente desdeñoso del trabajo del otro como ineficiente en el propio, una mañana, en la oficina de Fomento Agrario del Municipio de Pincheagua, cuando se disponía a quemar los documentos que evidenciaban el cuantioso fraude en el que había participado, fue sorprendido y cesado por su jefe inmediato: un chaparrito malencarado, tan persistentemente desdeñoso del trabajo del otro como ineficiente en el propio, que una mañana…

Jaya Cotic
No. 94, Septiembre-Octubre 1985
Tomo XIV – Año XXI
Pág. 759