Después de cinco años

El destino siempre le había deparado extrañas jugarretas. Los hados de confabulaban para tejer en derredor de ella, invisibles redes que ingeniosa y pícaramente, extendían con sabiduría ancestral en su difícil camino.

Cansada de culpar a diestra y siniestra: a las circunstancias que no le eran favorables; al nefasto medio ambiente; a las odiosas gentes que no la comprendían; a la fea casa en que vivía, en fin, enfadada hasta del inútil marido y de los hijos que tenía, decidió dormirse durante cinco años, para no despertar hasta que todo hubiera cambiado. Decidido esto, se fue a su habitación; la cerró con doble llave y se engalanó con su más hermoso camisón; rezó piadosamente sus oraciones de la noche, hasta quedarse profundamente dormida…

Transcurrieron cinco largos años, después de los cuales, llena de modorra, fue despertando poco a poco. Cuando pudo abrir los ojos, recordó la finalidad de tan prolongado sueño y embargada por la emoción, se levantó llena de ansiedad para verificar todos los cambios que deberían haber pasado. Pero cuál no sería su desilusión, al constatar que absolutamente todo seguía igual que antes.

Con los ojos convertidos en un mar de lágrimas, resignada y triste, se regresó a su recámara para arreglarse un poco. Cuando estuvo frente al espejo y se miró en él, se dio cuenta con sorpresa que no todo seguía igual; “algo” había cambiado: ahora era cinco años más vieja…

Juan José Ramyol
No. 51, Enero – Febrero 1972
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 661

El día de mañana

Después de un día fatigoso, cargando en sus espaldas las miserias de toda una vida, llegó a su casa. Ya dentro y con los ojos que veían sin ver, recorrió lentamente la habitación. Sintiendo un cansancio infinito, se dejó caer pesadamente en la silla que estaba frente a la ventana
.
Se esforzaba por pensar con claridad, pero sólo acudían a la oscuridad de su mente, recuerdos que como chispazos de luz, se fugaban con la misma rapidez con que habían llegado. Se levantó y dirigiéndose a la cómoda, saco de los cajones una vieja pistola. Dejó correr el tiempo entre recuerdo y recuerdo: “el pescadito dorado que le habían regalado cuando era niño, la única fiesta de cumpleaños que tuvo en su vida; su primera bicicleta”. Se acordó con ternura de los amores que había tenido. Llegaron también, recuerdos de tiempos difíciles: desde malos negocios, hasta los amigos que lo habían engañado. Pero lo que más le dolió al recordar, fueron los parientes, que en mejores épocas lo habían ensalzado; y ahora, en los tiempos adversos, se le habían echado encima como una jauría de perros del mal.

Encendió un cigarrillo. Cuando la penumbra empezaba a invadir la sobriedad y quietud del cuarto en que habitaba, sintió todo el cuerpo adolorido y pesado como un gran trozo de granito; el cuello lo tenía entumecido, los ojos estaban cansados y llenos de sueño. Encaminó sus pasos hacia la cama y acostándose en ella, sólo alcanzó a murmurar levemente: —¡Carajo! Estoy tan cansado ahora, que ya veremos mañana…

Juan José Ramyol
No. 51, Enero – Febrero 1972
Tomo VIII – Año VIII
Pág. 643