Alejandro Victoriano Ordorica Saavedra

Alejandro Victoriano Ordorica Saavedra

 

Alejandro Ordorica, México. DF, 1946. Es licenciado en Comunicación Social por la UIA(1965-1969). Se ha desarrollado como delegado político (1994-1996); director general del Programa Cultural de las Fronteras del Consejo Nacional para la Culturay las Artes (1989-1991); coordinador nacional de Difusión de los Censos de Población en la Secretaríade Programación y Presupuesto (1980); director de Radio en la Secretaríade Gobernación/RTC (1983-1985). Fue fundador y director del «Festival Internacional de Cultura del Caribe» (1987) y organizador del «Festival de la Raza» durante cuatro años consecutivos, así como de diversos encuentros de cultura chicana en la ciudad de México.[1]

Alejandro Ordorica (por Paco Ignacio Taibo I)
 

Enla Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes se produjo un atiborramiento de colaboradores, amigos y colegas de Alejandro Ordorica.

No era para menos, ya que Alejandro fue dejando su huella, su talento y su constante trabajo en actividades que mucho tuvieron que ver con la cultura.

Se podría decir que por donde Alejandro Ordorica pasó fue siempre bien recordado.

Últimamente Alejandro parece haberse recogido en su propio talento y se hizo poeta como otros se hacen magos de la palabra.

Alejandro acaba de ganar el premio «Tintanueva» de poesía 2005.

Después de una larga carrera encuentra un amor nuevo y una poesía novísima.

Este es el segundo libro de poemas de Alejandro Ordorica y se titula Inmediaciones del delirio.

El libro contiene una «oda a la manzana», la copio: Manzana eres y en paraíso te convertirás.

Bendita seas porque nos haces felices sin tener que pecar.

A fin de cuentas, Dios te moldeó suavemente entre sus manos, para calcular la tentación.

Enla Bibliase inscribe abundante y fantasiosa tu biografía, pero la cuentan desde antes las primeras escrituras. Así reinó tu circular presencia en leyendas y profecías.

Cáscara roja, cintura de sangre, tus sabores los bautizó la poesía.

Por dentro, por fuera, armonizas las viandas y hasta colmas, versátil, las copas con tu zumo.

A veces envejeces regiamente en sidra o recorres la aristocracia con ilusión de espuma.

Pobres y ricos, cada siglo, te erigen en diosa saludable dela Cortede los Milagros.

Eres planeta rojo que desdela Tierraanticipas la paz de Marte.

Desde hace mil años, te veo posar lo mismo en la mano del emperador, que entre los dientes del campesino.

Un mordisco es amor de dulzura exacta, que no sabe de empalagos, porque tu jugo es acidez y transparencia de lágrima.

Provoca siempre la primera mordida para que nunca muera tu leyenda irresistible y el mito sobreviva a la serpiente.

Pienso que tienes la forma del mundo y por eso tu contorno es tan humano.

Pero nunca tanta perfección como el mármol suave de tu cuerpo, ni la piel entrañable que encierra nuestra semilla ancestral.

Tus polos son lo más cercano al corazón y cada vez que apareces en la rama, despierta la esperanza.

Vistes con la contundencia de las estaciones: Recorres la pasarela vestida de verde cuando llega la hora de las flores, a veces te disfrazas de otoño, pero me gusta más tu pasión por el rojo del verano, aunque te he visto blanca y jugosa en el invierno que intentas derretir.

Entonces me pregunto: ¿Cuál es el color de tu alma? ¡Qué importa! Sabes a paraíso con eso basta.[2]

 

La última guerra

No obstante los millones de años luz pasados, los astros en sus cuitas espaciales aún la recuerdan. A uno de ellos, que lucía la esclavitud circundante impuesta por un anillo de mágicos resplandores, le oí decir: nació del cosmos y la amamantaron las estrellas. Cuando niña conoció la tranquilidad pero ya adolescente la carimarcaron con bombas. De adulta en su piel sintió el terrible ardor de la explosión nuclear, pero más le dolió la incomprensión y el odio. Murió resquebrajada y con decepción profunda. Desde su muerte el día no existe pues la tristeza enfrió el sol. Siempre hay noche, luto eterno, negro terciopelo pegado al aire. Eso hizo el hombre con la Tierra —acabó diciendo entre los sollozos que caían de su cielo.

Alejandro Victoriano Ordorica S.
No. 44, Julio – Agosto 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 664