Son las dos de la mañana y allá estoy, como siempre, sentado al mostrador del bar de Roberta. En mi mano el vaso de cerveza se sacude hasta desbordarse con el vibrar destemplado de una carcajada. Me pone el brazo alrededor de los hombros, me besa y se echa a reír. ¿Qué nos hará tanta gracia? Me aproximo sin ser notado. El lenguaje que hablan es pastoso e indescifrable; las palabras se aprietan unas contra otras, como engomadas. Es español, o portugués quizá; lo sé por la forma vagamente conocida como suenan los sonidos. De pronto entra mi mujer. Me llama. Me vuelvo en el instante en que llega hasta mi pecho su puño cerrado sobre el mango del frío acero que se mete de un solo envión hasta encontrar el corazón. Se limpia la mano ensangrentada, tira el pañuelo sobre mis ojos desmesuradamente abiertos y sale. Sólo ahora vengo a tener consciencia de ser algo así como un ojo secreto que capta todo lo que a mi destino concierne. Creo entender que lo que yace en el suelo es sólo la posibilidad de tal final, un tanteo cuyas raíces están en el presentimiento, en el temor constante, en la culpa, y que está dado aquí en otra dimensión sin concretizaciones perdurables. Sé que debo ahora despertar. Lucho por abrir los ojos y éstos se adhieren a sí mismos como láminas de plomo. Me retuerzo, pataleo, trato de gritar. Con un terror como agujas calientes me voy sumergiendo cada vez más en una opresiva y absorbente modorra. Súbitamente comprendo que ya es tarde para atravesar esa neblinosa región intermedia que me separa más y más del despertar. El ligero diafragma hecho de espacio y tiempo y sentido de las proporciones se ha esfumado. Sólo me duele la conciencia que tengo de no poder liberarme ya. Como desde un profundísimo abismo en que me hundo logro presentir muy vagamente que en mi pecho, cercenando toda válvula de escape, la álgida opresión que frena ya el último espasmo es un acero detenido al final de su recorrido forzado y que ahora yace inmutable.
Enrique Jaramillo Levi
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 78