Cero en geometría

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Henry miró el reloj. Dos de la madrugada. Cerró el libro con desesperación. Seguramente que mañana sería reprobado. Entre más quería hundirse en la geometría, menos la entendía. Dos fracasos ya, y sin duda iba a perder un año. Sólo un milagro podría salvarlo. Se levantó. ¿Un milagro? ¿Y por qué no? Siempre se había interesado en la magia. Tenía libros. Había encontrado instrucciones sencillísimas para llamar a los demonios y someterlos a su voluntad. Nunca había hecho la prueba. Era el momento: ahora o nunca.

Sacó del estante el mejor libro sobre magia negra. Era fácil. Algunas fórmulas. Ponerse al abrigo en un pentágono. El demonio llega. No puede nada contra uno, y se obtiene lo que se quiera. Probemos.

Movió los muebles hacia la pared, dejando el suelo limpio. Después dibujó sobre el piso, con un gis, el pentágono protector. Y después pronunció las palabras cabalísticas. El demonio era horrible de verdad, pero Henry hizo acopio de valor y se dispuso a dictar su voluntad.

—Siempre he tenido cero en geometría —empezó.

—A quién se lo dices… —contestó el demonio con burla.

Y saltó las líneas del hexágono para devorar a Henry, que el muy idiota había dibujado en lugar de un pentágono.

Cuento Mágico de Fredric Brown
No. 7, Noviembre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 41

Jehová

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Walter B. Jehová —lo lamento por él, porque era su verdadero nombre, fue un solipcista durante toda la vida. Un solipcista, por si no lo saben, es aquel que cree que sólo él existe y que los demás y el universo en general nada más existen en su imaginación, y que si dejara de imaginárselos, desaparecerían.

Un día, Walter B. Jehová se volvió solipcista activo. Al cabo de una semana su mujer huyó con otro hombre, perdió su empleo y se quebró una pierna al perseguir un gato negro, para impedir que se atravesara en su camino.

Tendido en la cama del hospital, decidió poner fin a todo aquello.

Mirando fijamente las estrellas a través de la ventana, quiso que desaparecieran: dejaron de existir. Luego deseó que todos los demás hombres se fueran, y reinó en el hospital un silencio insólito, incluso para un hospital. Siguió el mundo, y se encontró suspendido en el vacío. Se desprendió del cuerpo fácilmente, y franqueó el paso final, deseando que él mismo dejara de existir.

No pasó nada.

—Qué raro —pensó—, ¿acaso existe un límite al solipcismo?

—Si —dijo una voz.

—¿Quién eres?, —preguntó Walter B. Jehová.

—Soy el que creó el universo que acabas de hacer desaparecer. Y ahora que has ocupado mi lugar —se detuvo para suspirar profundamente—, puedo al fin acabar con mi propia existencia, encontrar el olvido y dejarte que continúes con mi trabajo.

—Pero… ¿cómo puedo, yo, dejar de existir? Es precisamente lo que más quiero.

—Sí ya lo sé —dijo una voz—. Deberás proseguir en el camino que yo también anduve. Crea un universo. Espera que alguien en tu universo crea lo que tú has creído y quiera también dejar de existir. Sólo entonces podrás retirarte y dejárselo todo a él. Y ahora. Adiós.

Y la voz se calló.

Walter B. Jehová estaba solo en el vacío y sólo podía hacer una cosa. Creó los cielos y la tierra.

Lo que le tomó siete días.

 

Fredric Brown
No. 15, Septiembre- Octubre 1965
Tomo III – Año II
Pág. 177

Fin

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El profesor Jones trabajó en la teoría del tiempo, durante muchos años.

—Y he encontrado la ecuación clave —informó a su hija, un día—. El tiempo es un campo. Esta máquina que he hecho puede manipular, e incluso invertir, ese campo.

Oprimiendo un botón al hablar prosiguió:

—Esto debe hacer correr el tiempo hacia tiempo el correr debe esto.

Prosiguió, hablar al botón un oprimiendo.

—Campo, ese, invertir incluso e, manipular puede hecho he que máquina esta. Campo un es tiempo el —día un, hija su a informó— clave ecuación la encontrado he y.

Años muchos durante, tiempo del teoría la en trabajó jones profesor el.

Fredric Brown
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 50

La respuesta

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Dwar Ev soldó solemnemente la última conexión con oro. Los objetivos de una docena de cámaras de televisión lo estaban observando, y el subéter se encargó de llevar por todo el universo una docena de imágenes diferentes del acontecimiento.

Se concentró, hizo un gesto con la cabeza a Dwar Reyn, y se coló enseguida junto al botón que establecería el contacto. El conmutador pondría en relación, de un solo golpe, todas las supermáquinas de todos los planetas habitados en el universo —noventa y seis billones de planetas—, en un supercircuito que los transformaría en gigantesco supercalculador, gigantesco monstruo cibernético que reuniría el saber de todas las galaxias. Dwar reyn habló unos instantes a los trillones de seres que lo observaban y lo escuchaban. Y, tras un breve silencio, anunció:

—Y ahora con ustedes, Dwar Ep.

Dwar Ep giró el conmutador. Se oyó un potente ronroneo, el de las ondas que salían hacia noventa y seis billones de planetas. Se prendieron y apagaron las luces en los dos kilómetros que componían el tablero de control.

Dwar Ep dio un paso hacia atrás, respirando profundamente.

—Es a usted que corresponde hacer la primera pregunta, Dwar Reyn.

—Gracias —dijo Dwar Reyn—, haré una pregunta que nunca pudo ser contestada por las máquinas cibernéticas sencillas.

Se volvió hacia la máquina:

—¿Existe un Dios?

La voz poderosa contestó sin titubeos, sin el menor temblor:

—Sí, ahora existe un Dios.

Fredric Brown
No. 8, Diciembre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 50

Fredric Brown

Fredric Brown

Fredric Brown

(29 de octubre de 1906, Cincinnati – 11 de marzo de 1972)

Fue un escritor de ciencia ficción y misterio, más conocido por sus cuentos caracterizados por grandes dosis de humor y finales sorprendentes. Es también conocido por ser uno de los escritores más audaces a la hora de hacer experimentaciones narrativas en ficción de género. Aunque no fue un escritor especialmente popular en vida, la obra de Brown ha generado un considerable culto que continúa medio siglo después de que realizara su último escrito. Sus obras se reimprimen periódicamente y tiene varias páginas de fans en Internet tanto en EE. UU. como en Europa, en donde se han hecho varias adaptaciones de sus escritos.

Nunca tuvo seguridad financiera, como muchos otros escritores de pulp escribía febrilmente para pagar sus facturas —lo cual explica, al menos en parte, la calidad desigual de su trabajo—. Corrector de pruebas de imprenta de profesión, sólo pudo dedicar 14 años de su vida como escritor a tiempo completo. Brown también era un gran bebedor, lo cual sin duda afectó a su productividad. Lector omnívoro, con intereses que iban más allá de la mayoría de los escritores pulp, Brown siempre demostró un gran interés por la flauta. Se casó dos veces y tuvo dos hijos.

Su primer relato de ciencia ficción fue Aún no es el fin (Not yet the end) publicado en 1941 en una edición de verano de Captain Future. Muchas de sus historias son cuentos ultracortos de 1 a 3 páginas, con argumentos ingeniosos y finales sorprendentes.

Probablemente su cuento más famoso es Arena (1944) por haber sido adaptado en un episodio de Star Trek.

Este humor y una perspectiva algo posmoderna fueron también trasladados a sus novelas. Por ejemplo su novela de ciencia ficción Universo de locos (What Mad Universe) (1941) juega con las convenciones del género al enviar a su protagonista (un escritor de ciencia ficción) a un universo paralelo que está basado, no en sus novelas, sino en la imagen de las mismas de un consumidor ingenuo de este tipo de historias. De un modo similar su novela ¡Marciano, vete a casa! (Martians, Go Home!) (1955) muestra como la vida de un escritor de ciencia ficción se ve afectada por una rocambolesca invasión marciana.

Las historias de misterio de Brown están bien dentro de los estándares de la literatura pulp. En 1947 publica su primera novela policíaca, The Fabulois Clipjoint, (La trampa fabulosa, también conocida como El fabuloso cabaret). Ésta será la novela favorita del autor y por la cual ganó en 1948 el Premio Edgar Allan Poe a la mejor obra de narrativa criminal. Otra novela suya, La noche a través del espejo (Night of the Jabberwock), es una extraña y a veces hilarante, pero en última instancia satisfactoria, narración de un día extraordinario en la vida de un redactor de una pequeña ciudad.

Brown era un «escritor de escritores» que siempre estuvo mejor considerado por sus compañeros de profesión que por el público en general. Su cuento Arena (1944) fue seleccionado por sus compañeros como uno de las 20 mejores historias de ciencia ficción jamás escritas. Su cuento Los Ondulantes (The Waveries) (1954) fue descrito por Philip K. Dick «como puede ser una de las historias de ciencia ficción más influyentes que se haya escrito jamás».

Ayn Rand también alabó a Brown en su Romantic Manifesto. El autor de pulps Mickey Spillane declaró que era su escritor favorito de todos los tiempos.

Brown también tuvo el honor de recibir uno de las tres dedicatorias de una las novelas de ciencia ficción más famosas de todos los tiempos: Forastero en tierra extraña de Robert A. Heinlein[1].

Fin

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El profesor Jones trabajó en la teoría del tiempo, durante muchos años.

—Y he encontrado la ecuación clave —informó a su hija, un día—. El tiempo es un campo. Esta máquina que he hecho puede manipular, e incluso invertir, ese campo.

Oprimiendo un botón al hablar, prosiguió:

—Esto debe hacer correr el tiempo hacía tiempo el correr debe esto.

Prosiguió, hablar al botón un oprimiendo.

—Campo ese. Invertir incluso e. manipular puede hecho de que máquina esta. Campo un es tiempo el. —día un, hija su a informó— clave ecuación la encontrado he y.

Años muchos durante, tiempo del teor+ia la en trabajo Jones profesor el.

Fredric Brown
No. 18, Noviembre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 525