El fenómeno

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Está anunciado fuera de la barraca, pero sin detalles precisos. Sencillamente dan a entender que es monstruoso. El camino para llegar a él es largo, estrecho, con poca luz, indicado por altavoz.

Repentinamente, el altavoz pide silencio. En efecto, uno llega a una habitación sumida en total oscuridad.

De repente, estalla la luz.

Y uno se encuentra frente a un espejo.

Jacques Sternberg
Número 129 – 130, Abril-Septiembre 1995
Tomo XXV – Año XXXI
Pág. 7

La bajada

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Según el mapa, la carretera bajaba durante doce kilómetros. Ya había recorrido seis, la cara quemada por el viento y el sol, las manos agarradas con fuerza al manillar de su bicicleta, los dedos separados como patas de cangrejo, prestos a frenar en las vueltas.

De repente, se detuvo. Le pareció que el cable del freno trasero se soltaba.

Sonrió un instante al panorama de montañas que tenía enfrente. Luego se asombró al notar un súbito frío. Una verdadera sombra de hielo, a pesar de que no había viento. Buscó un suéter en la bolsa.

Y entonces vio el muro. Y detrás del muro, el cementerio.

A un lado de la carretera, una señal indicaba que se acercaba a San Sabornin.

Siguió el camino, prudente. Llegó a imaginar que algo le esperaba en esa carretera cerca de San Sabornin. Atravesó el pueblo despacio, con toda clase de precauciones. Salió del pueblo, y alcanzó la señal del otro lado.

No volvió a tomar velocidad hasta unos kilómetros más allá.

Su freno se rompió cuando alcanzó los últimos metros de la bajada. En aquel lugar era peligrosa en extremo. No pudo virar y salió al vacío.

Eso sucedía a cien metros de Cadoliva, pequeña localidad que carecía de cementerio. Los muertos eran enterrados en San Sabornin.

J. Sternberg
No. 09, Enero-Febrero 1965
Tomo II – Año I
Pág. 14

Cierre

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Cerraron, ayer, el Centro de Cheques Postales.

Se están buscando nuevos empleados.

Se busca, entre los antiguos, al culpable. Se pregunta cómo se le puede encontrar, y cuál será la pena que se le infligirá, si algún día se llega a arrestarlo.

Se duda, se discute, se busca en el mayor secreto.

Pero se conocen los hechos irrefutables y se tiene el apoyo de las pruebas, irrefutables también.

Es bien conocido que, en el Centro de Cheques Postales, la llamada se hace por números. Se empieza por la mañana a las nueve con el 0001, después con el 0002, y así hasta la noche, a través de un bien conocido sistema de micrófonos.

Y así resulta que, entre las tres y las cuatro de la tarde, los números oscilan entre el 1,940 y el 2.000, lo que normalmente sugiere la noción de una fecha. Así, ha quedado probado que todos los días, sin duda desde hacía ya varios años, los clientes recibirán en aquellas horas un número que, siempre, siempre, correspondía con exactitud al año durante el cual iban a morir.

Sí. Cerraron, ayer por la mañana, a las nueve, el Centro de Cheques Postales…

 

Jaques Sternberg
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 98

La criatura

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Como era un planeta de arena muy fina, dorados acantilados, agua esmeralda y recursos nulos, los hombres decidieron transformarlo en centro turístico, sin pretender explotar su suelo, estéril por otra parte.

Los primeros desembarcaron en otoño. Edificaron algunos balnearios y, cuando llegó el verano, pudieron recibir varios centenares de veraneantes. Llegaron seiscientos cincuenta. Pasaron semanas encantadoras dorándose a los dos soles del planeta, extasiándose con su pasaje, su clima y la seguridad de que ese mundo carecía de insectos molestos o peces carnívoros.

Pero hacia el 26 de julio, de un solo golpe y al mismo tiempo, el planeta se tragó a todos los veraneantes. El planeta no poseía más forma de vida que la suya: era la única criatura viva en ese mundo. Y le gustaban los seres vivos, en particular los hombres. Sobre todo cuando estaban bronceados, pulidos por el viento y el verano, calientitos y cocidos.

J. Sternberg
No. 10, marzo-1965
Tomo II – Año I
Pág. 179

La tienda

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Rapidez, confianza, discreción.

Tal era el lema de la casa. La casa de pompas fúnebres merecía la excelente reputación que había ganado. Su personal era cortés, sin llegar a frío, sus locales evocaban con tacto la antecámara de la eternidad. Daba confianza, lo mismo a vivos que a muertos, abriéndoles una tumba al mismo tiempo que amplio crédito.

Pero sobre todo, más rápidos que la competencia, tenían ya la costumbre de entregar los ataúdes a domicilio varios días antes de la muerte del cliente.

J. Sternberg
No. 11, Abril 1965
Tomo II – Año I
Pág. 294

El regreso

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Y un día regresaron a la tierra.

Nos enseñaron que no éramos ni animales, ni espíritus, ni seres humanos. Éramos robots.

Robots de carne, pues habían utilizado ese material para fabricarnos. Nos habían modelado a su imagen, pero de forma grosera, muy aprisa, sin pulir los detalles. Ellos eran los únicos seres humanos del planeta. Se fueron hacía mucho tiempo, y nos lo habían dejado. Porque eran indolentes, y porque nos habían concebido trabajadores, hábiles, con conciencia profesional y ambición. Durante siglos y siglos, habíamos sido los forjadores de una nueva Tierra.

Pero habían regresado.

Y en esa mirada sin vida que nos dirigieron no había ni gratitud ni indulgencia.

J. Sternberg
No. 11, Abril 1965
Tomo II – Año I
Pág. 270

El castigo


Aquí los delitos son muchos pero el castigo es único, siempre idéntico.
Se coloca al condenado ante un túnel interminable, entre los rieles de una vía férrea. A partir de ese momento, el condenado sabe lo que le espera. Huye, porque no tiene más que esa última oportunidad. Alucinación, porque el túnel no tiene fin.

El condenado corre hasta perder el aliento y después la vida.

Sin embargo, se puede afirmar que nunca tren alguno fue lanzado por esa vía.

Jaques Sternberg
No. 113, Enero-Marzo 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 75

El milagro


Aquella familia, muy religiosa, comía el pollo de todos los domingos cuando de pronto, por glotonería, la hija más pequeña se tragó un hueso, se asfixió y murió en pocos segundos.

—Dios nos la dio —dijo el padre sin dejar el tenedor—, Dios nos la quita. Loado sea su nombre.

Entonces Dios, nada ingrato, decidió hacer un pequeño milagro y en un abrir y cerrar de ojos resucitó, en carne y hueso, rebosante de salud, al pollo.

Jaques Sternberg
No. 87, 1981
Tomo XIII – Año XVII
Pág. 724

La fábrica


Ante todo, se ve la vía férrea a la que a fuerza de dinamita han abierto un pasaje a través del paisaje.

Luego, repentinamente, se ven las grandes naves de la fábrica.

Infatigablemente los trenes transportan hacia los talleres toneladas de materias primas; muebles de todos los estilos, de todas las épocas, de todos los tamaños.

Y cientos de obreros especializados transforman esos muebles en planchas de madera, después en troncos, después en árboles.

Y otros equipos de obreros van a plantarlos en los llanos próximos, transformando en bosques esos terrenos baldíos.

Jaques Sternberg
No. 84, Noviembre-Diciembre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 417

El producto


La publicidad y sobre todo la de los detergentes siempre le había parecido risible. Pero un día, para limpiar una vieja hélice de cobre, tuvo que comprar uno de esos productos milagrosos que dan lustre a todos los metales. Lo utilizó y quedó estupefacto. Después de dos minutos de frotarla, la hélice parecía flamantemente nueva. Pasó toda la tarde, y luego la noche, en hacer relucir todos los objetos de metal de su departamento.

Por la mañana la emprendió con los objetos de su oficina. El fin de semana lo decidió a fritar todos los objetos de sus amigos.

La noche del domingo trabajó en dar brillo a la reja de un jardín de su barrio.

Y al día siguiente, no teniendo nada que hacer brillar, forzó una puerta y reinició su trabajo en el departamento de sus vecinos.
Lo detuvieron al alba.

Hace muchos meses que está encarcelado. Vive dichoso en la prisión central. Hay miles de barrotes a los cuales sacar brillo.

Jacques Sternberg
No. 84, Noviembre-Diciembre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 395

El campeón


Tenía todo para ser una estrella deportiva más importante que un genio de la ciencia. Llevaba en la sangre el futbol. Dotado de una flexibilidad felina, de una técnica más que probada, una singular rapidez de reflejos, una musculatura impresionante, poco le faltaba para ser el mejor jugador de todos los tiempos. Pero sólo se lo impedía un ligero defecto: como no tenía ninguna memoria, nunca llegaba a recordar, de uno a otro minuto, por cual equipo jugaba.

Jacques Sternberg
No. 85, Enero-Febrero 1981
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 565

Tejido de punto


La mujer se irguió, analizó su pasado y decidió que tenía el derecho de sonreír.

Ciertamente, ya había hecho tejido de punto y en grandes cantidades: bufandas, medias, guantes, gorros, cubreteteras, carpetines, carpetotas; en fin, de todo.

Pero siempre cosas útiles, y cuando la mujer lo descubrió de pronto este hecho, le pareció de sombrío significado. Meditó largo rato y decidió pasar, esa misma tarde, de la artesanía al arte puro.

Así fue como inició una “obra de punto” gigantesca, sin prever exactamente qué forma tendría, pero gigantesca, eso si, no la quería menos que eso. Una obra, una verdadera síntesis de sus dones, de su pasado, de su porvenir, y en ese fervor, esa tarde y todas las tardes, puso todo su dolor y toda su alegría, toda su destreza y todo su sentido de lo abigarrado, todo su instinto de la voluta, del triple punto a la derecha y doble punto a la izquierda, todo su genio del equilibrio, del ritmo, del crescendo de las frases.

La obra tomó primero la forma de un dedo de guante. Luego la de una media, después de una falda, de una cota de malla, de un piano de cola, luego de una nube ya irreal; de punto en punto, de línea en línea, de vuelta en vuelta, la obra ya no fue más que un enorme capullo muy difícil de mover o de levantar y la mujer seguía tejiendo, ahora en estado de trance, casi siempre inspirada, entusiasmada, de día como de noche, sumergida a medias en la lana, pero alegre, ansiosa.

Una tarde más de creación, tres horas más de inspiración; la mujer estaba ya separada del mundo por una tempestad de lana; la obra espumaba, se arremolinaba, y a la tejedora le faltaba ya el aliento, la vida, pero no cejaba en su empresa, el ritmo n la abandonaba, y el capullo se volvió una ola, una marejada, chocó por fin contra las cuatro paredes del salón, cuya forma adoptó, tocó el cielorraso y la mujer poco a poco desapareció, ahogada, pero feliz, quebrando las agujas bajo sus brazos.

Jacques Sternberg

No. 83, Septiembre-Octubre 1980
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 329

y además en:
No. 85, Enero-Febrero 1981
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 560

Jaques Sternberg

Jacques Sternberg

(Bélgica, 1923 –  Francia, 2006)

Fue un novelista, cuentista, guionista y periodista belga-francés de origen judío.

Su trabajo en el campo de la ciencia ficción y de la literatura fantástica y la impresionante cantidad de microrrelatos que escribió (alrededor de 1.500), además del guion de la película Je t’aime, je t’aime, dirigida por Alain Resnais, y su participación en el célebre Grupo Pánico, lo hicieron mundialmente reconocido.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Sternberg, sus padres y su hermana debieron emigrar. Pasaron por distintas ciudades de Francia y finalmente se afincaron en Cannes. Tiempo después, debido a la persecución, tuvieron que emigrar nuevamente. Viajaron a España, donde los detuvieron. Fueron enviados a Francia, al Campo de Gurs. Jacques Sternberg pudo escaparse durante un traslado en 1943. Su padre, en cambio, murió en Majdanek. La hermana y la madre habían conseguido la libertad tiempo antes.

Tras una estadía en París, vuelve a Amberes, donde se casa, tiene un hijo y comienza a escribir sus microrrelatos. En 1951 vuelve a París. En los años siguientes publicará, entre otros libros, La géométríe dans l’imposible, Le délit, La sortie est au fond de l’espace, L’employé(Premio de Humor Negro 1961) y Un jour ouvrable.

En 1962, participa con Roland Topor, Fernando Arrabal y Alejandro Jodorowsky de la fundación del mítico Grupo Pánico.

Realizó importantes antologías que llevaron al reconocimiento en Francia a autores como Howard Phillips Lovecraft o Fredric Brown.

De espíritu anarquista, nunca aceptó que se lo catalogara de ningún modo y no se sentía identificado con el linaje judío ni belga; prefería definirse simplemente como «mortal».

Fue un gran amante de la navegación (dedicó a ese asunto su novela Le navigateur) y se trasladaba de aquí para allá en una bicicleta motorizada Solex con la que llegó a recorrer300.000 kilómetros durante su vida.

Antes de consolidarse como escritor, Sternberg realizó los más diversos trabajos, desde embalador hasta publicista y detective.

Murió a los 83 años, a raíz de un cáncer de pulmón.

La obra de Sternberg está atravesada por el terror (no se trata del terror clásico, de vampiros o fantasmas, sino del terror de la vida urbana contemporánea), siempre con los matices que proveen el humor y el absurdo. Si bien su estilo es clásico, sus textos tienen un fuerte componente vanguardista.

Sternberg logró confundir la frontera entre lo fantástico y la cienca ficción. Su trabajo fue fundamental para renovar la ciencia ficción en Francia y también más allá de las fronteras. Consideraba a la ciencia ficción una rama de la literatura fantástica, como dejó en claro en su notable ensayo Une Succursale du Fantastique nommée Science-Fiction.

Sus cuentos y microrrelatos tienen un humor casi surrealista, una noción kafkiana del absurdo, un gusto por lo macabro y una visión pesimista y despiada (cercana al nihilismo) sobre el mundo.

«En sus relatos lo fantástico cotidiano se mezcla con el absurdo y el humor negro. Los seres más comunes y las fuerzas de la naturaleza se rebelan contra su destino y se salen de sus moldes ordinarios. Nos encontramos ante un mundo donde lo extraño y lo ambiguo se imponen de una manera ineluctable y fría». Juan Herrero Cecilia.

Entre sus libros más destacados, pueden mencionarse los cuentos y microrrelatos de Contes glacés, Histoires à dormir sans vous y Dieu, moi et les autres, las novelas La sortie est au fond de l’espace, Toi, ma nuit y Sophie, La mer et la nuit y la autobiografía Profession, mortel: fragments d’autobiographie.

El castigo

Aquí los delitos son muchos pero el castigo es único, siempre idéntico.

Se coloca al condenado entre un túnel interminable, entre los rieles de una vía férrea. A partir de ese momento, el condenado sabe lo que le espera. Huye, porque no tiene más que esa última oportunidad. Alucinación, porque el túnel no tiene fin.

El condenado corre hasta perder el aliento y después la vida.

Sin embargo, se puede afirmar que nunca tren alguno fue lanzado por esa vía.

Jacques Sternberg
No. 85, Enero-Febrero 1981
Tomo XIII – Año XVI
Pág. 488