Parábola del submarino

—¡Viejo, la puerta!
—¡Déjala así!
—¿No puedes dejar el submarino por un momento y cerrarla?
—No puedo.
—¿No te molesta oírla?
—¿Te molesta a ti?
—¡Lo que me molesta es ver cómo pierdes el tiempo con ese aparato!
—Es un submarino.
—¡Un submarino!…¡Con cien años y jugando con un submarino!
—¡No estoy jugando, Angélica!
—Ve y ciérrala, después puedes seguir, se va a destrozar.
—¿Quiénes?
—¡Por favor!… Si la cierra te cuento lo que hablé con Alejandra.
—No me interesan esas conversaciones, menos, si se trata de esa loca.
—No está loca, está vieja.
—¿Y no es una locura ponerse viejo?
—Lo único que te pido es que vayas a cerrar la puerta.
—Lo que quieres es que deje lo que estoy haciendo. Ve tú.
—¿Y dejar la brea?…¡Nunca has sabido calafatear nada!
—¿Quién lo está armando?
—Lo estamos armando los dos, aunque no sirva para nada.
—Parece un sarcófago, Angélica.
—Es un submarino.
—Hubiera sido mejor hacer un barco.
—Todos saben hacer barcos, un submarino no lo hace cualquiera
—¿Querrás decir un sarcófago?… Cabemos los dos.
—Hubiera sido ridículo navegar y todos mirándonos con lo viejo que estamos.
—¿Prefieres ver el fondo del mar, las coralinas meciéndose?
—La puerta se desbarata si no la cierras.
—¿Nunca jugaste con una puerta? ¿Y si dejamos esto y jugamos con ella?
—Estas peor que Alejandra.
—Esa está vieja; en cambio, yo estoy haciendo un submarino para nosotros.
—¿Y navegará?…¿Crees que podamos navegar?
—Ya estamos navegando, Angélica.

Omar Casanova Rivera
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 326