Extravíos

Blanco se mudó. Volvió a su viejo barrio del centro, llevándose con ella su poltrona remendada, los libros de páginas amarillentas forrados en cuero, la lámpara de pie que cojeaba un poco. No recuerdo qué más acarreó esta tarde, pero me dejó la casa llena de suspiros que a veces, estando en la cocina, se posan sobre mi espalda. Una noche regué la leche sobre el piso cuando espantaba a uno de ellos con el matamoscas. Por suerte, el perro estaba cerca y me ayudó a limpiar. Por las tardes, cuando bordo, entra un sol adormilante, pero ni bien, cabeceo, escucho los suspiros cerca de la oreja y despierto sobresaltada.

La he llamado muchas veces a pedirle que venga a recogerlos. Me da pena verlos dasamparados, deambulando por las habitaciones, mirando por las ventanas, esperando que vuelvan por ellos. La última vez que hablé con Blanca me aseguró que esos suspiros no eran de ella. “¿De quién son entonces?” —le pregunté—. “Ve tú a saber cuánta gente ha pasado por esa casa” —me contestó.

En estos días he pensado en quedarme con ellos, destinarles un lugar, permitirles jugar con el perro. Tal vez pueda domesticarlos.

Mercedes Castro Mora
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 16