Lo calculó bien. Tenía la información suficiente para poder salir al exterior. Sus movimientos eran torpes, pero su voluntad era grande. Reptando por aquí, escurriéndose por allá, llegaría a través de la maraña casi impenetrable de fibras, vasos sanguíneos, y líquidos viscosos.
Pegadita por todo el bulbo olfatorio llegó a la lámina cribiforme del etmoides y con astucia se descolgó hacia la cavidad nasal. Ahí esperó… Por fin, en un aparatoso estornudo, la pequeña neurona salió al mundo exterior.
Sylvia Ordóñez Martínez
No. 116, Octubre – Diciembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 336