La gota

La gota se derramó sobre la hoja. El denso líquido ocasionó un breve y solitario manchón, en la tercera línea que conformaba como otras muchas más, la cantidad de párrafos que Javier había depositado en su informe para el día siguiente, ésos por los que se desesperaba cada semana para obtener de Roberto, su jefe, la señal aliciente de aprobación sobre sus esmerosos trabajos.

Extraña sensación esa noche, porque su informe había sido manchado por su cargado y acostumbrado café, y sin embargo, no sentía desesperación ni coraje alguno, al contrario, su cuerpo comenzaba a cubrirse de un hermoso alivio, su obligación semanal se volvía una liviandez, y el rostro premeditado, loco y neurótico de su jefe, le parecía una rara trivialidad. ¿Qué pasaba? ¿Comenzaba a perder la cordura? Y si era así ya nada importaba, al menos por esa noche. Sintió un tibio calor, abrazó sus pensamientos, volvió los ojos hacia la pared blanca e indolente que lo miraba de soslayo, soltó la pequeña cuchara que había estado poco antes balanceando sin cesar, y se apresuró a levantarse. Arrimó la silla, caminó entre el desorden de la habitación y se detuvo justo antes del balcón, cuyas puertas le llamaban como un gran bostezo.

Sí, es verdad, había anochecido. Por primera vez en mucho tiempo, en verdad había anochecido.

Cynthia Lerma Hernández
No. 138 – 141, Enero – Diciembre 1998
Tomo XXX – Año XXXIV
Pág. 86