Salta de vez en cuando sólo
Para comprobar su radical
Estático.
Juan José Arreola,
“El sapo”, Bestiario
Al autor del Confabulario,
En sus 70 años
Nació entre la piedra y el charco, pesado como una roca musgosa y sorpresivamente ágil como el alud. Piedra y pedrada. Sueño viviente de las piedras, el sapo sueña a su vez con las piedras que lo soñaron; sueña nostálgicamente con el retorno a su origen rupestre, con el perfecto reposo, con la muerte sin nacimiento de la cosa. A diferencia de las señoras de tocador, el sapo sabe bien que la solución no es untar esas cremas y maquillajes hipócritas sobre la cara ajada, sino al revés: propiciar que el cutis se vuelva cada vez más rugoso y negroverduzco, hasta que se pudra y se sumerja, así, en el sueño y olvido definitivos de la piedra. Y para regresar a su origen, se mueve, brinca un poco de vez en cuando sólo para certificar su fracaso; que todavía no; que el compás de su garganta sigue vivo y atlético, sepultado bajo la masa pedregosa de su cuerpo; que sus ojos no se han cerrado y son todavía dinámicos y… saltones.
El pobre sapo se debate dramáticamente entre Heráclito y Parménides. Y se esconde bajo los arbustos, para contemplar de lejos, inflado de envidia, al sapo de piedra que se quedó escuchando, a una orilla de la fuente, boquiabierto y extasiado, las melodías cristalinas del agua.
Luis Ignacio Helguera
No. 118, Abril-Junio 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 155