Montar un negocio

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El más hermoso negocio sería el fraccionamiento y la venta en lotes, por sorteo, del Paraíso terrenal. Podría ganarse mucho dinero, si el desarrollo embrionario de nuestros conocimientos geográficos no fuera un inconveniente insalvable. Por suerte, la ubicación de ese lugar de delicias continúa siendo un secreto bien guardado. Todo hace presumir que dentro de diez mil años no habrá nacido todavía el primer burgués que tenga permiso para entrar allí.

Imaginad que os vierais en presencia de este horror: el fraccionamiento y la explotación del Paraíso terrenal y la irrupción de escribanos, agrimensores, empresarios y tranvías eléctricos, entre las frondosidades de seis mil años que fueron testigos de la inocencia del hombre…

Por naturaleza el burgués es execrador y destructor de todo paraíso. Frente a una hermosa heredad, su sueño es talar los grandes árboles, agotar las fuentes, trazar calles, instalar comercios y meandros. Llama a eso “montar un negocio”. Me aseguran que en el Gólgota existe una próspera empresa de recreaciones.

León Bloy
No. 114-115, Abril-Septiembre 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 189

Léon Bloy

Léon Bloy (Francia 1846-1917) es uno de los escritores y pensadores más singulares de la Europa de entre siglos. Hijo de un funcionario de Obras Públicas, segundo de una familia numerosa. A los catorce años, tras una breve etapa escolar, abandona los estudios para tomar clases de dibujo técnico. Desde 1864 trabaja en París como empleado de un estudio de arquitectura. En 1867, traba conocimiento con Barbey d´Aurevilly, hecho que determina su vuelta al catolicismo y que tomen cuerpo sus aspiraciones literarias. La guerra francoprusiana hace que retorne a Périgueux, lugar donde tras su licenciamiento (había combatido con el ejército del Loira) decide permanecer durante un tiempo. En 1873, vuelve a París donde ocupa diversos empleos: escribano en una notaría, dependiente de un Registro, delineante en la Compañía de los Ferrocarriles del Norte, al tiempo que inicia sus primeros y difíciles escarceos literarios.

«A los treinta y ocho años da comienzo mi vida literaria, tras una juventud atroz y a continuación de una catástrofe incalificable que me había conducido a una existencia puramente contemplativa», anotará años después Bloy. En 1884, en efecto, publica sus primeras obras, Le Révelateur du globe, estudio sobre Cristóbal Colón que, a pesar del elogioso prefacio de Barbey, pasa casi inadvertido y Propos d´un entrepreneur des démolitions, analecta de artículos publicados desde finales de 1882 en Le Chat noir, segundo de sus títulos que provoca cierto escándalo por la violencia de sus ataques; otro tanto le sucede con el Figaro donde tras los aplausos iniciales ve como muy pronto se le rechazan sus artículos; crea entonces su propio diario, Le Pal, cuya publicación se interrumpe tras el cuarto número. Iniciada su composición en esta época, aparecido finalmente en 1887, Le Désespéré ofrece, a través de la transposición novelada, el retrato más fiel de la vida de Bloy hasta esa fecha; esta forma de expresión, medio autobiográfica, le complace entonces y se afana por escribir una segunda novela, La Désesperée, cuya heroína será Berthe Dumont, a quien conoció en 1885 y que morirá un año más tarde. Pero para ganarse la vida, vuelve al periodismo, publicando artículos, entre 1888 y 1889, en el Gil Blas, que recopilará años después bajo el título Belluaries et porchers, colaborando enseguida con La Plume

En 1892, aparece Le Salut par le Juifs, una de sus obras a la que concede mayor mérito;escrita para contradecir a Drumont, gira en torno a las ideas y a los sueños de Bloy, queordena la historia del mundo en función de Israel. Ese mismo año, retorna al Gil Blas, al que entrega diversos relatos inspirados en la guerra de 1870, recopilados en 1893 con el título Suer du Sang, y una serie de cuentos, Histoires désobligeantes (1894). Esta colaboración se ve truncada a causa de una polémica en la que Bloy toma la defensa de Tailhade; los pormenores de este gresca pueden leerse en Léon Bloy devant les cochons.

La guerra marca profundamente su producción última, los dos volúmenes de sus diarios, Au Seuil de l´apocalyse (1916) y La Porte des Humbles, publicada póstumamente; y aún más en el caso de Jeanne d´Arc et l´Allemange (1915), las Meditations d´un solitaire en 1916 y la obra en la que trabajaba en el momento de su muerte, Dans les ténèbres.[1]


[1] Petit, J., “Léon Bloy, peregrino de lo absoluto” en Bloy, L. En tinieblas. Traducción y notas de Pérez Bueno, L. C., versión electrónica. http://es.scribd.com/doc/40660648/En-Tinieblas-BLOY-LEON

Basilio II


A comienzos del siglo XI, en vísperas de las cruzadas, hubo un hombre horrible entre los espantosos. Era un emperador bizantino, un Basileus de color de sangre, un capitán inaudito, a la manera de Aníbal. También él había jurado el exterminio de un pueblo, pero más afortunado que Aníbal, lo consiguió. Bulgaria era entonces un imperio peligroso para Constantinopla, y él decidió que dejara de existir Bulgaria y hasta los búlgaros. Durante cuarenta años, no se quitó las botas, no se apeó del caballo, y cuando se acostó para morir, esa nación ya no existía. Se le llama Basilio II, exterminador de los búlgaros. No conozco una epopeya más terrible.
Escuchad esto. Llegó un día en que arrastrando tras de sí quince mil prisioneros que le entorpecían la marcha, distribuyo a estos desgraciados en compañías de cien hombres, les hizo saltar a todos los ojos a excepción de un hombre por cada cien, al que sólo hizo arrancar uno ojo, para que sirviera de guía a sus compañeros. Les devolvió en ese estado a su rey, que se desmayó de horror, y cuando recobró el sentido, fue con una palpitación tan violenta del corazón, que murió al cabo de dos días.
León Bloy
No. 89, Enero-Febrero 1984
Tomo XIV – Año XIV
Pág. 159