Cuando ellas eran lobas

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Una vez un cazador atacado por una loba le cortó la pata de una cuchillada. Fue a pedir hospitalidad a un castillo y contó el caso al señor, y para dar fe de sus palabras, abrió la bolsa en que había guardado la pata. En vez de la pata halló una mano de dama con sortijas en los dedos. Fueron a ver a la señora del castillo y observaron que escondía el brazo. Habiéndola obligado a enseñarlo resultó faltarle la mano, que era la que el cazador había cortado. Luego confesó ser ella la loba del día anterior.

Boguet
No. 4, Agosto -1964
Tomo I – Año I
Pág. 93

Boguet
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 77

Susto escalofriante

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Una mujer está sentada sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.

Thomas Bailey Aldrich: Works (1912).
No. 3, Julio -1964
Tomo I – Año I
Pág. 33

Thomas B. Aldrich
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 98

La mujer regalada

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Atacaban Constantinopla los ingleses y fracasaron en su empeño gracias a los consejos del general Sabastiani. Agradecido, el sultán Salim le dijo:

—Pídeme cuanto quieras y te lo concederé.

—Ruego a su alteza que me deje ver el harén.

—Está bien, lo verás.

Luego de haberlo visitado, le preguntó el sultán.

—¿Te agradó alguna de las mujeres que viste?

—Sí —respondió el general y señaló a una de ellas.

—Está bien —dijo nuevamente el sultán.

Y en la noche, el general Sebastiani recibió en un plato maravillosamente cincelado la cabeza de la mujer que lo cautivara, con este mensaje.

“En mi calidad de musulmán, no podía ofrecerte a ti, cristiano, una mujer de mi religión. Pero puedes estar seguro de que ésta, en la que demoraste tus miradas, ya no pertenecerá a nadie en la tierra”.

Julio y Edmundo Gouncourt, en DIARIO
No. 3, Julio -1964
Tomo I – Año I
Pág. 29

Julio y Edmundo de Gouncourt
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 117

Día franco

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En aquellos confines del Paraíso el viajero vio un árbol cargado de pájaros blancos, que tenían no sé qué de melancólicos.

—¿Quiénes son esos pájaros? —preguntó.

—Son las almas de los réprobos —le contestaron—. Los domingos tienen permiso para salir del Infierno.

Carmelo Soldano, INFORME SOBRE LOS FERIADOS
No. 3, Julio -1964
Tomo I – Año I
Pág. 28

Carmelo Soldano
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 69

Acto de fe

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Chu Fu Tze, negador de milagros, había muerto; lo velaba su yerno. Al amanecer, el ataúd se elevó y se quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó.

—Oh, venerado suegro —suplicó—, no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros.

El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.

Giles, en CONFUNCIANISM AND ITS RIVALS (1915)
No. 3, Julio -1964
Tomo I – Año I
Pág. 26

Giles
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 68

Odiseo en el Hades

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Vi asimismo a Tántalo, el cual padecía crueles tormentos, de pie en un lago cuya agua le llegaba a la barba. Tenía sed y no conseguía tomar el agua y beber: cuantas veces se bajaba el anciano con intención de beber, otras tantas desaparecía el agua, absorbida por la tierra; la cual se mostraba negruzca en torno a sus pies y un dios la secaba. Encima de él colgaban las frutas de altos árboles —perales, manzanos de espléndidas pomas, higueras y verdes olivos—; y cuando el viejo levantaba los brazos para cogerlas, el viento se las llevaba a las sombrías nubes.

Homero, en La odisea
No. 6, Octubre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 69

Homero, en la Odisea
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 78

Hilo maravilloso

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Tengo un regalo para ti. He encontrado en Sorrento el más maravilloso de los hilos. Con él se teje una gasa tan sutil que llega hasta el techo si se le sopla, y una podría envejecer esperando que cayese de nuevo.

Thornton Wilder, en Los Idus de marzo
No. 6, Octubre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 67

Thornton Wilder
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 101

Infalibilidad mutua

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Steele, un protestante, dice en una dedicatoria al papa, que la única diferencia entre nuestras iglesias en cuanto a la certeza de sus doctrinas es que la iglesia de Roma es infalible y la iglesia de Inglaterra nunca se equivoca.

Benjamín Franklin
No. 7, Noviembre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 73

Benjamin Franklin
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 42

Sinfín

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Un hombre se forma tras una larga cola. Desesperado, comienza por eliminar al que está antes de él —sigue con todos los de la fila—. Hasta que otro hombre se detiene a su espalda…

Pedro Durán
No. 7, Noviembre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 58

Pedro Durán
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 41

Eternidad ficticia

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Bertrand Russell la ha actualizado. En el capítulo noveno del libro The Analysis of mind (Londres 1921) supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que “recuerda” un pasado ilusorio.

Jorge Luis Borges en “Otras inquisiciones”
No. 5, Septiembre 1964
Tomo I – Año I
Pág. 53

Jorge Luis Borges
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 127

Los ojos culpables

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Cuenta que un hombre compró a una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba; él respondió: “Tienes tan bellos ojos que me olvido de adorar a Dios”. Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los ojos. Al verla en ese estado el hombre se afligió y le dijo: “¿Por qué te has maltratado así? Has disminuido tu valor”. Ella le respondió: “No quiero que haya nada en mí que te aparte de adorar a Dios”. A la noche, el hombre oyó en sueños una voz que decía: “La muchacha disminuyó su valor para ti, pero lo aumentó para nosotros y te la hemos tomado”. Al despertar, encontró cuatro mil denarios bajo la almohada. La muchacha estaba muerta.

Ah´med Ech Chiruani
No. 17, Octubre 1966
Tomo III – Año III
Pág. 401

Ah’med Ech Chiruani
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 85

La dama eterna

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Otro relato, recogido cerca de Oldenburgo, en el Ducado de Holstein, trata de una dama que comía y bebía alegremente y tenía cuanto puede anhelar el corazón, y que deseó vivir para siempre. En los primeros cien años todo fue bien, pero después empezó a encogerse y arrugarse, hasta que no pudo andar, ni estar de pie, ni comer, ni beber. Pero tampoco podía morir. Al principio la alimentaban como si fuera una niñita, pero llegó a ser tan diminuta que la metieron en una botella de vidrio y la colgaron en la iglesia. Todavía está ahí, en la Iglesia de Santa María, en Lubeck. Es del tamaño de una rata, y una vez al año se mueve.

Frazer
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 160

La restitución de las llaves

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Cuando las legiones romanas ocuparon la ciudad de Jerusalén, el sumo sacerdote, que sabía que iba a perecer por la espalda, quiso restituir al Señor las llaves del santuario. Las arrojó a los cielos; la mano del Señor las tomó.

Del capítulo XXIX del tratado Taanith, de la Mishnah
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 154

Justo castigo

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Los demonios me contaron que hay un infierno para todos los sentimentales y los pedantes. Ahí los abandonan en un interminable palacio, más vacío que lleno, y sin ventanas. Los condenados lo recorren como si buscaran algo y, ya se sabe, al rato empiezan a decir que el mayor tormento consiste en no participar de la visión de Dios, que el dolor moral es más vivo que el físico, etcétera. Entonces los demonios los echan al mar de fuego, de donde nadie los sacará nunca.

Adolfo Bioy Casares
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 153

Hormiga

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Los que eran de opinión que las almas de los hombres volvían a entrar en los cuerpos de animales irracionales, creían que los demasiado codiciosos de allegar hacienda y encerrar trigo en sus trojes, muriendo, volvían sus almas a tomar los cuerpos de hormigas, y de allí les venía tanta sagacidad, diligencia y prudencia.

En la Etiopía Occidental se crían hormigas tan grandes como un gran perro; con los pies sacan las arenas de oro y persiguen hasta la muerte al que intenta robar su tesoro.

Sebastián de Covarrubias. Tesoro de la lengua castellana (1,611)
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 146

Los ciclos

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Para cuándo, preguntaba ella, para cuándo.

Una vez por semana, Miguel Migliónico pasaba por allí. La encontraba siempre en el zaguán, clavada a su sillón de mimbre, de cara a la calle, y doña Elvirita lo acosaba con preguntas sobre el embarazo de su mujer:

—¿Para cuándo?

—Para junio, parece.

—¿Qué día?

—Tanto, no se sabe.

Blanca ropa, pelo blanco, siempre lavada y planchada y peinada, doña Elvirita irradiaba paz y solera, señorío del tiempo, y daba consejos:

—Tóquele la panza, que trae suerte.

—Que tome cerveza negra, o malta, para que dé buena leche.

—Hágale los gustos, todos los antojos, que si la mujer se traga las ganas, sale la cría manchada.

Cada viernes, doña Elvirita esperaba la llegada de Miguel. La piel, que le envolvía el cuerpo como un humo rosado, traslucía el ramaje de las venitas alborotadas por la curiosidad:

—¿Cómo está ella? ¿Está linda? Y la barriga, ¿la tiene en punta? Entonces no falla: será varón.

Soplaban fríos los vientos del sur, el otoño se estaba yendo de las calles de Montevideo.

—Ya falta poco, ¿no?

—Poco, doña, muy poco.

Una tarde, Miguel pasó muy apurado.

—Dice el médico que es cuestión de horas. Hoy, o mañana.

Doña Elvirita abrió grandes los ojos:

—¿Ya?

Al viernes siguiente, el sillón de mimbre estaba vacío. Doña Elvirita había muerto el 17 de junio de 1980, mientras en casa de los Migliónico nacía un niño que se llamó Martín.

Eduardo Galeano
No. 143-145, Abril-Diciembre 1999
Tomo XXX – Año XXXV
Pág. 142