Crimen perfecto

Ya me cansó la maestra. —Voy a tener que matarla, no me va a quedar más remedio. —Ni modo, ella lo quiso. —Hablaba, hablaba, hablaba, siempre hablaba, hablaba… su voz me retumba en los oídos como un martilleo. —Horrible, era horrible. —Ella hablaba, hablaba… ¡Cállese! ¡Cállese! ¡No se calla! ¡Por favor!— Ella hablaba, hablaba, hablaba…
Ahora ya no habla, está en silencio, sólo sus ojos fijos aún miran; miran hacia el infinito, miran hacia la nada, parece que ignoran o saben; pero no, ella ya no puede hablar; pero… he sabido que las personas en estado de coma son capaces de escuchar, ¿escuchara ella? ¿Cómo saberlo?—De cualquier modo, aún en el caso de que oiga… je je je, ella no puede hablar, no puede hablar…
Por fin ha llegado la paz a mis oídos, por fin no escucho su voz, el martilleo ha cesado, todo está en calma, ella ya no puede hablar; y si lo hace, nadie la escuchará. Está sola… está encerrada bajo tierra, está cumpliendo su castigo, su horrible castigo por hablar y hablar y hablar, ahora está sola… y yo la he ayudado a que esté ahí, en esa horrible y oscura caja; pero mi alma está en paz, en calma, tranquila, ahora ya no escucho su voz, ya no escucho su voz, ya no escucho su voz…

Morelia Rodríguez Rosales
No. 38, Septiembre-Octubre 1969
Tomo VI – Año V
Pág. 634