Una migaja

¿Cuánto tiempo llevo así? Esto no puede continuar. Debo rebelarme; debo ganar mi propia voluntad. Ya no quiero pertenecer a un sueño, al sueño de ella. Soy sólo un personaje de su sueño, y por lo tanto, sólo vivo y actúo cuando ella me sueña. Al principio fue divertido, yo nunca había sido soñado por nadie. Y entonces, ¿quién era yo?, ¿qué hacía? No recuerdo, tal vez nada. Eso es, nada; no era yo nada ni nadie. Nací en el momento en que ella empezó a soñarme, y por eso me agradó. A cualquiera le agrada nacer. Pero ya estoy cansado. No quiero depender de ella. Algunas veces disfruto de su sueño; cuando sueña que me quiere y que vamos caminando lentamente, tomados de las manos, sin decirnos nada y mirándonos tiernamente. Qué feliz me siento entonces, pero qué poco dura el encanto. En cuanto ella despierta yo desaparezco, me esfumo, me pierdo en la nada mientras ella, posiblemente vive realmente lo que soñó y sale con un hombre a caminar lentamente, tomados de las manos; pero ese hombre no soy yo, y entonces sufro horriblemente, porque, debo confesarlo: estoy enamorado de ella y me encelo tan sólo de imaginar que durante el día ve a otros hombres, mientras yo estoy perdiendo en la nada, aguardando con toda el alma que llegue la noche y deseando intensamente que vuelva a soñarse enamorada de mí como lo estoy de ella. Qué horribles son los días para mí. Pero quiero terminar con esto. Ni siquiera sé si estoy realmente enamorado de ella o, simplemente si esa es su voluntad en el sueño. ¿Y los celos? Los celos los siento en el día, cuando ella ni siquiera se acuerda de mí. Entonces sí tengo voluntad, quizá sea una migaja, pero es mía. Sí, con esta migaja levantaré mi mundo y haré mi propia vida. Sí, me negaré a ser soñado… Pero es inútil. Así pienso siempre durante el día, pero todo es en vano, porque sé que al acercarse la noche sólo estoy deseando que vuelva a soñarme, y que caminamos lentamente, tomados de las manos, sin decirnos nada y mirándonos tiernamente…

Efraín Astudillo Ávila
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 112

El entierro

Definitivamente una mañana soleada y alegre no es conveniente para sepultar a un muerto. La alegría de la vida se filtra materialmente en los poros de nuestra piel y durante el cortejo fúnebre uno no puede pensar más que en vivir. Las caras de los niños que corren por las calles nos llenan de contento a pesar de nuestra pena, y el sol, y el aire, y las flores, y todo, tal parece que se han puesto de acuerdo para robarnos nuestra tristeza. Uno se fume entonces un cigarrillo para tratar sinceramente de apoderarse del dolor, pero todo es inútil. Hasta que una nube compasiva cubre el sol. Entonces la mañana se obscurece y las lágrimas fluyen espontáneamente a nuestros ojos.

Efraín Astudillo Ávila
No. 38, Septiembre-Octubre 1969
Tomo VI – Año V
Pág. 682

Extraña coincidencia

La muerte consulta su calendario y sale en busca de “F”, quien se pasea melancólicamente por el malecón triste y solitario. Cuando la muerte va a asestar el golpe mortal, tropieza, y su guadaña cae al mar. “F” voltea rápidamente, y reconociendo a la muerte, le dice: “Concédeme un deseo si rescato tu guadaña”. La muerte acepta y “F” se lanza al agua. Al poco tiempo sale a la superficie y entrega el instrumento de trabajo a la muerte. Esta le dice: “Y bien, ¿cuál es tu deseo?”. “Morir”, contesta “F” y se hunde para siempre.

Efraín Astudillo Ávila
No. 38, Septiembre-Octubre 1969
Tomo VI – Año V
Pág. 657

El torneo

Por algunos momentos la lucha se vuelve realmente insostenible; entonces, movido por cansancio o caballerosidad, cedo el triunfo a mi adversario y me retiro con un vago sentimiento de culpa. Estoy plenamente convencido de que tengo la razón y que merezco el triunfo, sin embargo, mi adversario aprovecha esos momentos de debilidad para tirarse a fondo y alzarse siempre con la victoria… y la razón.

Hasta ahora no he podido vencer jamás a este adversario en este singular torneo en que por toda arma se esgrime la palabra. Y lo curiosos es que mi adversario no maneja el arma mejor que yo; ante otros adversarios de mayor maestría, me he levantado victorioso. La habilidad de mi adversario de marras consiste, creo yo, en su defensa pasiva y tenaz. Se escuda de tal manera en una sola idea que todos mis golpes, aún los más certeros, se estrellan contra ella; hasta que me canso. Y es entonces cuando mi adversario me asesta el golpe definitivo.

Y aquí estoy, siempre derrotado, pero siempre luchando; hasta que un día mi adversario se decida a darme el golpe mortal que me aparte parta siempre del torneo.

Efraín Astudillo Ávila
No. 38, Septiembre-Octubre 1969
Tomo VI – Año V
Pág. 651