¿Cuánto tiempo llevo así? Esto no puede continuar. Debo rebelarme; debo ganar mi propia voluntad. Ya no quiero pertenecer a un sueño, al sueño de ella. Soy sólo un personaje de su sueño, y por lo tanto, sólo vivo y actúo cuando ella me sueña. Al principio fue divertido, yo nunca había sido soñado por nadie. Y entonces, ¿quién era yo?, ¿qué hacía? No recuerdo, tal vez nada. Eso es, nada; no era yo nada ni nadie. Nací en el momento en que ella empezó a soñarme, y por eso me agradó. A cualquiera le agrada nacer. Pero ya estoy cansado. No quiero depender de ella. Algunas veces disfruto de su sueño; cuando sueña que me quiere y que vamos caminando lentamente, tomados de las manos, sin decirnos nada y mirándonos tiernamente. Qué feliz me siento entonces, pero qué poco dura el encanto. En cuanto ella despierta yo desaparezco, me esfumo, me pierdo en la nada mientras ella, posiblemente vive realmente lo que soñó y sale con un hombre a caminar lentamente, tomados de las manos; pero ese hombre no soy yo, y entonces sufro horriblemente, porque, debo confesarlo: estoy enamorado de ella y me encelo tan sólo de imaginar que durante el día ve a otros hombres, mientras yo estoy perdiendo en la nada, aguardando con toda el alma que llegue la noche y deseando intensamente que vuelva a soñarse enamorada de mí como lo estoy de ella. Qué horribles son los días para mí. Pero quiero terminar con esto. Ni siquiera sé si estoy realmente enamorado de ella o, simplemente si esa es su voluntad en el sueño. ¿Y los celos? Los celos los siento en el día, cuando ella ni siquiera se acuerda de mí. Entonces sí tengo voluntad, quizá sea una migaja, pero es mía. Sí, con esta migaja levantaré mi mundo y haré mi propia vida. Sí, me negaré a ser soñado… Pero es inútil. Así pienso siempre durante el día, pero todo es en vano, porque sé que al acercarse la noche sólo estoy deseando que vuelva a soñarme, y que caminamos lentamente, tomados de las manos, sin decirnos nada y mirándonos tiernamente…
Efraín Astudillo Ávila
No. 39, Noviembre – Diciembre 1969
Tomo VII – Año V
Pág. 112