Fernando Jerez

Fernando Jerez

Fernando Jerez

Este narrador, pertenece a la generación literaria chilena, llamada «Los novísimos». Fue becado por la Fundación Luis Alberto Heiremans para estudiar novela en un curso dictado por el notable novelista Manuel Rojas.

Algunas de sus obras reflejan los convulsionados días del Chile post 1970.

Durante años Fernando Jerez se autoexilió «en Chile», se marginó de la vida literaria y dejó de concurrir a los lugares que frecuentan los escritores, Cuando reapareció, en 1983, sus amigos lo recibieron como a un exiliado retornado.

Dirigió la revista «Objetivos».

Desde los 17 años cuando escribió «El bachiller extraño», y luego por «Los sueños quedan atrás» (1960) hasta «Así es la cosa» (editado en México en 1974 y en Chile en 1983, mereció excelentes críticas. El autor tuvo por algunos años doble personalidad: la de funcionario de banco y la de escritor.

Por esta última colección de relatos recibió el Premio Municipal de Santiago, en 1984.

En 1996 y 1997 fue columnista del diario «Las últimas noticias».

Varias veces director de la Sociedad de Escritores de Chile.

En 1992 asumió la coordinación general del Encuentro Internacional de Escritores «Juntémonos en Chile».

Integró el Consejo Nacional del Libro y Lectura durante el período 1995-1997.

Monitor de talleres de lectura y creación literaria, entre los que cabe mencionar el Centro Penitenciario Colina I.

Ha participado en encuentros de escritores realizados en Chile y en el extranjero. Últimamente, en el Simposio de Literatura Chilena, «La difícil transición», realizado en Alemania, en el mes de febrero, 1999.

Ha recibido distinciones literarias y también por su aporte a la cultura, su defensa de la libertad y la democracia[1].

 

Cumpleaños

Introducirse el día del cumpleaños entre azulejos y toallas humedecidas y polvos talco y desodorantes y agua colonias y pasarse el día entero escarbando el tiempo, rastrear su progresión en la bandeja de níquel descamada que sostiene la maquinilla de afeitar, las hojas, el hisopo, la gomina, el cepillo de dientes y los restos de pomada depilatoria que no utilizará Rosario. Y hurgar entre los objetos, esquivar el pañuelo de seda meciéndose en el colgador a causa del viento que ataca por la ventana del baño, tomar esa hoja de guillete que compraste ayer y oprimir los folios con la yema de los dedos y la seguridad absoluta de que no ocurrirá nada grave, porque ya anduvo por el rostro podando tallos negros y tallos blancos, y acercarse al espejo a ratificar que cada vez brotan más tallos blancos que negros; esa guillete no te sirve como ayer, cuando arrasaba durante meses las débiles pelusitas de la adolescencia y te daban el mejor rostro para encontrarte con ella en el paseo vespertino; ahora los filos sirven poco y brevemente (pese a toda propaganda que desnutre los programas de televisión). Y apretar los dientes confiado de que no caerá la placa al lavatorio, que no descubrirá la gruta marchita y su gesto atribulado.

Sin embargo, el cepillo de cerdas trabaja con facilidad sobre una derruida estructura de cabellos y el after shave se oculta en las arrugas hasta mucho después de haberte anudado la corbata que compraste hace quince años porque le gustaba a ella y… y cuando te sientes a la mesa a la hora del té (tu cumpleaños es un día domingo) y echas de menos la torta con adornos de frutillas… y recuerdes que hoy, por primera vez en treinta años, no amaneció a los pies de tu cama el paquete de regalos, solo entonces, te darás cuenta que, en efecto, Rosario ya cumplió todos sus años en el mundo de los vivos y que los hijos lejos de casa, todavía usan unas cuatro o cinco veces la misma guillete y que el alter shave resbala sobre la primavera del cutis sin que se les ocurra mirar nunca el calendario que está enrollado en el papel higiénico y que marca el día de tu cumpleaños.

Fernando Jerez
No. 65, Junio-Julio 1974
Tomo X – Año XI
Pág. 608