Golpeando la magia

Se acomodó sobre la silla. Sus piernas se retorcieron formando nudos de madera. De sus brazos brotaron ramas y los pájaros de porcelana se posaron en ellas.

Cuando quiso hablar su boca se volvió hueca y el aserrín hacía cosquillas en el paladar. Recordó lo que acababa de decir en la fiesta:

“Nuestra creatividad no tiene límites”

Y las nuevas hojas se removían al compás de su mágica excitación.

Pero, de un golpe, uno de los invitados arrancó una rama del árbol para llevársela de regalo a su hijo pequeño: “Porque es un árbol que crece en las salas de las casas” —dijo a los demás invitados—.

Magdalena Sofía
No. 68, Enero-Marzo 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 191

La eterna Eva

Se coloca sobre el impecable traje, su ego. Ella restriega su cuerpo acariciándole. Luego, puede irse al centro sonriente, comprar chucherías, coquetear con los amigos. Él se queda extasiado, adormilado en su autosuficiencia.

Un día, cuando ella se acerca persuasiva; el ego agazapado le reclamó con su fuerza herida y ella quedó lastimada.

Ahora —dicen— él se dedica a acumular victorias y ella, con una manzana en la mano, como una eterna Eva arrepentida, lo mira pasar mientras solloza.

Magdalena Sofía
No. 67, Octubre-Diciembre 1974
Tomo XI – Año XI
Pág. 67

Antídoto

Estiro mi cuerpo entre viejos edificios tratando de apresar los rayos de sol; el calor adormila, siento un sueño pesado y temo no abrir los ojos jamás —esto sucede a diario— como si algún elemento tóxico penetrara, junto con el día, a mi organismo. Corro peligro de caer en la inercia y el bostezo, busco de nuevo el antídoto: un buen baño de agua fría y mi mejor sonrisa ante el espejo.

Magdalena Sofía
No. 63, Febrero-Marzo 1974
Tomo X – Año IX
Pág. 429

El mago melancólico

En el reloj, las once. Cuatro águilas reales desde sus postes observan la niebla, los filtros hierven gorgoteando.

Una a una, el mago arranca las hierbas del planeta. Deseando encontrar lo increíble hurga entre el polvo y telarañas. Camina por plazas y calles desplazando su antiguo castillo de ideales.

El mago melancólico teje esperanzas vanas. Corre despacio el agua de la vida y cuenta con cristales redondos los días y sus historias.

Hasta ayer le llamaban tiempo, y las personas se asomaban al balcón para dejarlo pasar.

Magdalena Sofía
No. 63, Febrero-Marzo 1974
Tomo X – Año IX
Pág. 376