Se acomodó sobre la silla. Sus piernas se retorcieron formando nudos de madera. De sus brazos brotaron ramas y los pájaros de porcelana se posaron en ellas.
Cuando quiso hablar su boca se volvió hueca y el aserrín hacía cosquillas en el paladar. Recordó lo que acababa de decir en la fiesta:
“Nuestra creatividad no tiene límites”
Y las nuevas hojas se removían al compás de su mágica excitación.
Pero, de un golpe, uno de los invitados arrancó una rama del árbol para llevársela de regalo a su hijo pequeño: “Porque es un árbol que crece en las salas de las casas” —dijo a los demás invitados—.
Magdalena Sofía
No. 68, Enero-Marzo 1975
Tomo XI – Año XI
Pág. 191