Sus días eran eclipses, sus noches: blancos. El insomnio fue siempre un puerto, el proyecto vital un barco. Sueño de los ojos que se sueñan divisando Itaca y los prodigios. Él nunca se percató de ese manto; sus ojos un día se curvaron como las olas en el horizonte sin fin y sin principio. Un día soñó que lo soñaron. Se levantó, entró a la Iliada y sigue recalando en los puertos fantasmas del presagio.
Jennie Ostrosky
No. 119-120, Julio-Diciembre 1991
Tomo XX – Año XXVIII
Pág. 346