Aquel viejo astrónomo tuvo que parpadear dos, tres veces para cerciorarse de que no era una pesadilla lo que estaba viendo. Después de cientos de miles de años, la armonía de esta galaxia se había roto abruptamente. Una súbita luz iluminó la noche eterna del espacio. Saturno se estrelló contra Júpiter.
A la mañana siguiente fueron convocados los científicos más célebres para discutir acerca de las posibles consecuencias. Su veredicto fue unánime: Júpiter ha alterado su órbita y se dirige hacia la tierra.
La noticia causó pánico entre la población mundial. Hubo saqueos, suicidios colectivos, motines carcelarios, casamientos y divorcios apresurados, orgías en colegios de monjas, niños prematuros, ataúdes y servicios funerarios en oferta.
Los dos jefes de estado, de las naciones más poderosas, acordaron lanzar sus misiles atómicos contra el planeta desbocado. Todo fue en vano. Júpiter no cambió su curso. Desde el kremlin el líder comunista declaró: “Sólo nos queda rezar”. Y multitudes de arrepentidos atestaron los templos. Nunca antes se oró con más fervor. Entonces Dios, rojo de ira, rompió el taco contra la rodilla derecha mientras el diablo exclamaba jubiloso: ¡Carambola!
Jorge Borja
No 101, Enero-Marzo 1987
Tomo XVI – Año XXIII
Pág. 45