Pido una cerveza. El camarero, muy cumplido, me trae agua sucia. Pido un arenque (para que no se ofenda el camarero por una reclamación). Acto seguido, el camarero me trae una medusa: entonces me ofendo yo, y le exijo que venga el jefe. El camarero se va, volviendo inmediatamente con una chistera. “Soy el jefe”, me dice. “Con la chistera puesta, soy el jefe. ¿Usted qué desea?” “Una cerveza”, le digo. Pero él me contesta: “No se trata de ninguna cerveza” “Un arenque”, le digo: “Tampoco se trata de arenques. Este no es ningún restaurante. Es un burdel. El más hermoso burdel de toda la plaza. Nuestra especialidad: jovencitas inteligentes de gran experiencia: rubias para los negros, morenas para los rubios. ¿Le gustaría una morena?” No tengo valor para negarme. Le indico que sí con la cabeza. El jefe se va. Y vuelve sin chistera, con un sombrero de plumas. Se sienta a mi lado, intima conmigo produciendo una risa confianzuda. “Soy Dorita”, me dice.
Hans Jurgen Heise
No. 61, Octubre-Noviembre 1973
Tomo X – Año X
Pág. 187