La sirvienta de un arquitecto vino a informar a su patrón que un mal señor Augerau quería verlo cuanto antes.
—Le dices que espere un momento— contestó el arquitecto, pues estaba desayunando.
Media hora más tarde, el arquitecto recibió al señor Augerau. Este le pidió el plano de un edificio que había construido tres años antes.
— Señor –le preguntó el arquitecto—; ¿puedo saber para qué quiere el plano?
El Augerau le explicó que su hijo, de tres meses de edad, había caído por el recogedor de basura y que el plano le sería muy útil para horadar en el sitio donde se suponía que el bebé podía haberse detenido, y así rescatarlo.
El arquitecto preguntó por qué no había llamado a la patrulla. El señor Augerau le dijo que les había enviado un mensaje, y que contestaron cuatro días más tarde aconsejándole que se dirigiera al dueño del edificio, pero éste indicó que no podía hacerse nada sin el plano de la casa, y por esa razón se había permitido escribirle pidiéndole una cita. Añadió que se había adelantado antes de obtenerla, en vista de lo urgente de la situación.
—En efecto –dijo el arquitecto—, es muy urgente, y es seguro que el bebé tendrá hambre.
— ¿Hambre? No lo creo –afirmó el señor Augerau, pues le hemos hecho llegar varios litros de leche pasteurizada. Algo habrá tomado para aguantar hasta la llegada de los albañiles.
—¿No cree que el niño pueda haberse herido en su caída? Se interesó el arquitecto.
—Los periódicos dicen que no —contestó el señor Auguerau
—En tal caso, no hay que preocuparse –decidió el arquitecto—. Yo también soy padre de familia, y precisamente debo llevar a mi mujer y a mis hijos al campo. Sólo estaré con ellos un día y regresaré el miércoles. Mientras, diré que busquen el plano del edificio, y el jueves podrá llamar por teléfono a mi secretario. Es lo mejor que podemos hacer.
El señor Augerau dio las gracias y se fue mucho más tranquilo.
Jorge Luis Borges
No. 14, 1965
Tomo III – Año II
Pág. 60