¡Quién va! —va dijo con voz fuerte y autoritaria el jefe de la ronda que en aquella noche cruzaba por el puente de la Leña.
Y alzando el farolillo que llevaba oculto bajo la amplia capa de bayeta, descubrió a un individuo que, embozado, avanzaba resueltamente, como quien nada teme y trata de imponer su presencia.
¡Paso!, dijo el desconocido sin detenerse y con la voz del que está acostumbrado a que se le obedezca.
Los hombres de la ronda requirieron sus mosquetes y situáronse en el camino del embozado.
El cual, dejando caer la capa que ocultaba su rostro, no se detuvo un momento y mientras que ponía la diestra en el puño de la espada, volvía a exclamar con voz firme y vibrante: ¡paso!
Los soldados de la ronda palidecieron; su jefe bajó del farolillo y el caballero, con fiero fulgor en la mirada, doblaba la próxima esquina, mientras el oficial permanecía profundamente inclinado.
Era don Miguel la Grúa Talamanca y Branciforte, de los príncipes de Carini, Grande de España de primera clase, Caballero de la insigne Orden del Toisón de Oro, Gran Cruz de la Real y Distinguida de Carlos III, Comendador de Bienvenida en la de Santiago, y de Torres y Canena en la Calatrava, Caballero de San Juan, Gentil Hombre de Cámara de su Majestad, con ejercicio, Consejero del Supremo Consejo de Guerra de continua asistencia, Capitán de la Real Compañía Italiana de Guardias de Corps, Teniente General de los Reales Ejércitos, Virrey Gobernador y Capitán General de la Nueva España, Presidente de su Real Audiencia, Superintendente General, Subdelegado de Real Hacienda, Minas, Azogues y Ramo del Tabaco, Juez Conservador de éste, Presidente de su Real Junta, y Subdelegado General de Correos en el mismo Reino.
Genaro Estrada
No. 32, Septiembre 1968
Tomo V – Año V
Pág. 731