El hombre se detuvo y miró con timidez por encima del hombro del otro, tratando de descifrar los caracteres del libro que leía. El lector se volvió irritado y soltó un manotazo. El sombrero del tímido curioso voló por los aires y su rostro quedó marcado por el golpe. Luego el hombre continuó su lectura y el tiempo pasó. ¿Qué hizo el tímido curioso? ¿Dónde estuvo todos esos años? El curioso vagó por el mundo, sufrió, realizó casi toda su vida. Estuvo lejos o cerca del lector, no se sabe.
Lo cierto es que al cabo de los años, vencido totalmente por la curiosidad, volvió a espiar por encima del hombro del otro. Esta vez, el hombre dejó a un lado el libro y le preguntó con la benevolencia que dan los años:
—¿Tanto te interesa lo que leo?
El curioso balbuceó algo, carraspeó y se atrevió a decirle:
—Sí, todos los años he vivido angustiado por eso. Ahora estoy aquí y quiero saber.
—Bien dijo el lector, recogiendo el libro y abriéndolo por sus últimas páginas—; espera solamente que termine y lo sabrás.
El curioso esperó con impaciencia. Unas horas más tarde concluía el lector su libro y un instante antes de cerrarlo para siempre le dijo:
—Escucha, leía tu vida. Desde el día aquel en que naciste hasta tu muerte: ¡así!
Y cerró de golpe el libro.
Miguel Collazo
No. 56, Diciembre 1972 – Enero 1973
Tomo IX – Año IX
Pág. 418