Alcira me dijo ayer que nada es trágico en la vida y que todo son suposiciones mías. Y, bueno, yo como siempre, por ese no querer contradecirle o molestarla le contesté que sí claro amor, son ideas mías; después que me hablas, pues, me parece que pienso como un tonto.
Sin embargo desde aquí se me hace que siempre ha habido algo de verdad en lo que pienso y olfateo. Y me digo: necio de ti, confiado de ti. Pero creo en mi mujer. ¡Vaya sí creo! En fin, no se Alcira. Esta tarde no sé por qué, lo que leímos en ese cuarto clandestino tiene otra sombra como de distancias quebradas cuando me encuentro frente a estos cuatro ojos embriagados que sostienen dos frágiles pistolas ante mi cabeza erguida.
Y claro que recuerdo, pero no lo que quieren sacarme patada tras patada. Por que ¿quién dijo que debíamos hacerlo, aunque estés en esa oscura habitación de al lado con los senos como carbones encendidos, y yo aquí con este boquete entre los ojos por donde ya ni siento que se deja colgar la vida?
Ramón Oviero
No 45, Septiembre-Octubre 1970
Tomo VII – Año VII
Pág. 733