Un sueño dentro del sueño

Esta es una historia que nunca sucedió, pero que está existiendo en mí y en ti; es como quisiéramos que fuese la leyenda de nuestro fuego y de nuestro universo, sellado e inmóvil. Hermético es el mundo de las ideas, pero con la llave de la existencia llevamos ese hermetismo hacia una realidad, la realidad de nuestros sueños. Los sueños que arañan ojos en las noches invisibles, en los lechos fríos de sábanas vegetales, y con esos sueños tenemos junto a nuestro rostro una evidente mentira…
“Me encontraba problemática y sincera, pero a la vez, miraba con sombro el episodio extraño que acontecía cada vez, cuando me miraba en un espejo: Una mano —la izquierda— se negaba a obedecer a la mano derecha, y mis pies helados se sentían muy pequeños dentro de los zapatos. A la tarde, la sucedió una noche terriblemente negra; el rostro, excitado, con alucinaciones de domingos morados y de lunes blancos. La humilde renunciación de la mano derecha, humilló a la mano izquierda, quien quiso al fin obedecer a ese estrechamiento. Los pies siguieron caminando sobre una línea recta y blanca. ¡Eran libres! —separados del cuerpo— ya sin la influencia vertical. Llegaron a un lugar hermoso y no se percataron de la mirada infinita que se posó sobre ellos, y al mirarlos, oblicuamente cayó sobre ellos una luz inexplicable, ¡bellísima! Girando sobre las grietas del suelo, danzaron y siguieron girando. Sobre la mano, mano de soledades y nunca satisfechas, insaciable y fría, quedó escrita una respuesta”… (Oyes los secos aleteos de un gorrión desesperado, y miras las impenetrables aguas de lodo y cieno)…

Irma Isabel Fernández Arias
No. 38, Septiembre-Octubre 1969
Tomo VI – Año V
Pág. 639

Color dos

Cuando me reflejé en los ojos verdes de un gato, comencé a recordar todos los verdes que había visto antes… el verde de aquellas hojas —tibias por el rocío; el verde de los primeros ojos amados. El color verde de las primeras lágrimas. Y al perderme en esos recuerdos, me sumergí profundamente en el césped de mi tumba.

Irma Isabel Fernández Arias
No 41, Marzo 1970
Tomo VII – Año V
Pág. 343