El espectador

Muchos ojos lo miraban, la gente hablaba de él; por fin, por primera vez en su vida dejaba de ser aquel hombrecillo insignificante, ya no era el simple espectador, se había convertido en el personaje central de ese día, en el tema de los comentarios, en el actor principal… La emoción lo inmovilizaba, trató de sonreír y no pudo… Tampoco notó el movimiento, cuando unos hombres lo levantaron y lo colocaron en el féretro.

Luis Quijano Rivera
No. 107-108, Julio – Diciembre 1988
Tomo XVII – Año XXIV
Pág. 323

Vedettes

La luz de las lámparas bañaba aquellos cuerpos casi desnudos, maniquíes sudorosos cuyas piernas bailaban rítmicamente al compás de aquel interminable y ensordecedor murmullo.

Detrás de sus miradas decididas, se podía adivinar fácilmente sus pensamientos.

—Tendré dinero, fama, gloria… Es necesario que triunfe.

De pronto vino la oscuridad… El silencio absoluto… La cara de la marioneta desplomada estaba distorsionada, su actuación había acabado y casi imperceptiblemente alcanzaba a escuchar la voz del tercer protagonista en aquel escenario:

—Seis… siete… ocho… nueve… ¿Fuera!

La obra brutal terminó en el primer round.

Luis Quijano Rivera
No. 75, Enero-Febrero 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 147

La lucha

Los cuerpos cuya brillantez denunciaba sudor, estaban de nuevo frente a frente y otra vez como antes volvían a chocar con la misma fuerza, con la misma excitación.

La tranquilidad de la noche era interrumpida por aquellos bufidos salvajes que inundaban el espacio, cortando inconsistentemente el aire. Las fosas nasales parecían insuficientes.

El final no podía dilatar más… Un gemido bestial fue el preámbulo del desenlace; las uñas se clavaron en las carnes, los dientes sujetaron rabiosamente a su presa cuyos ojos parecían perder dirección abandonando las pupilas.

Después vino la calma.

La sangre bajó lentamente su temperatura; la respiración de los cuerpos volvía a ser rítmicamente suave; el sabor de la carne antes imperceptible era ahora ligeramente salado; los estímulos tensores estaban perdidos…

El acto sexual había terminado.

Luis Quijano Rivera
No. 76, Marzo-Abril 1977
Tomo XII – Año XII
Pág. 313

A la caza del león

El espejo reflejaba el bien delineado y cuidado rostro. Las rayas y sombras delicadamente marcadas enlutaban los ojos haciéndolos ver más grandes. Voluptuosamente, semejando una intensa cópula, los labios se juntaban tratando de fijar el rojo brillante del lápiz labial. La diaria obra de arte había llegado a su fin y la coraza pictórica estaba de nuevo lista, para la constante competencia en la jungla exterior.

Con un rápido y rítmico taconeo, nerviosamente se dirigió a la puerta, a la vez que las sospechas jugaban en su cabeza con el corazón.

—Ahora es mío… ¿Me amará?… Creo que estoy bien… El perfume; espero que este conjunto le guste… Parece tonto… Espero que no se tan impulsivo como los demás…

La delicada mano había alcanzado la perilla de la puerta. sin embargo, un repentino pensamiento la hizo retroceder…

—¡Caray! ¡Qué olvido!… Debo tener más cuidado, si no, también lo perderé… ¿Dónde habré dejado los senos?

Luis Quijano Rivera
No. 74, Octubre-Diciembre 1976
Tomo XII – Año XII
Pág. 51