La venganza

Después de una audición, dentro de un camerino y recargado contra mullido respaldo, pensaba en la razón de ser de su existencia. Era muy anciano, tanto, que podía recordar hechos ya por muchos olvidados. Por ejemplo, aquél 1726 en el que él tenía apenas 7 años. Entonaba cantos dulcísimos en el Coro de la Catedral y una multitud acudía sólo acudía sólo por el gusto de escucharlo.

Se acomodó un poco más contra el mullido respaldo. Las vibraciones que aún recorrían su cuerpo, le hacían sentirse bien. Aunque su aspecto no era muy grato, él estaba seguro de sí mismo: bajo, ancho de cuerpo, desconcertadamente acinturado, calvo y de un moreno reluciente, se le veía siempre orgulloso de ser quien era. ¡Ciertamente, se decía, mi vida ha sido rica en satisfacciones! ¡Ha valido la pena vivirla!
Sin poderlo evitar, recordó aquella ocasión en que lo habían dejado encerrado en un camerino. Esa vez estaba descansando y habiéndose quedado dormido, no se percató de su situación hasta que unas voces lo despertaron ¡Ah, a él no debieron hacerle semejante cosa! Su ego herido no encontraba consuelo y desde entonces rumiaba la manera de vengarse.

En esas meditaciones estaba, cuando se dio cuenta de que nuevamente lo habían encerrado ¡Eso era más de lo que podía tolerar! Sin pensarlo un momento, inflo el pecho tanto como pudo, reventó sus 4 cuerdas templadas de 5a en 5a y ahí se quedó, en su estuche de violín consagrado, despeinado y satisfecho.

Gloria López Tornero
No. 92, 1984
Tomo XIV – Año XX
Pág. 544