La alternabilidad en el poder


Todavía subsisten algunos ancianos que se acuerdan de aquel político que no pensaba en otra cosa que en la alternatividad en el poder.

Sostenía que en cada elección que se efectuara, debía cambiarse la orientación del gobierno; que todas las elecciones, sin excepción alguna, debía ganarlas el partido de oposición.

Sólo en esa forma funcionaría la democracia.

Cuando algún gobierno no lo hacía tan mal y ganaba las elecciones, este hombre se desesperaba, y soltaba con la lengua y con la pluma el Apocalipsis de San Juan con aditamentos; y sufría horriblemente, temiendo por el futuro y hasta por el presente de la Patria y de sus instituciones.

En cuanto un gobierno tomaba posesión de las riendas del Estado, este político se inscribía en el partido de oposición, para trabajar en sus ideas de alternabilidad. No le importaban las posiciones ideológicas, y así pasó de la izquierda a la derecha, fue comunista y conservador y comunista sucesivamente, siempre en nombre de la alternabilidad.

Todo iba muy bien mientras iba solo. Pero un día —cosas de la Providencia que dicen algunos— el Espíritu Santo descendió sobre él y le dio un don que no tenía: el de la elocuencia. Quiero decir que se puso tan convincente, que toda la gente del partido de gobierno, excitada por su ejemplo, se enroló con el en el partido de oposición; centenares de miles de ciudadanos hicieron lo mismo. No hay idea de la cantidad de gente que se pasó al otro, y así siguieron, inscribiéndose en el partido de la oposición al día siguiente de que los gobiernos comenzaban a trabajar.

Entonces los partidos de oposición ganaban todas las elecciones y la alternabilidad en el poder se cumplía para satisfacción de su adalid. Pero como la gente de da cada gobierno se pasaban a la oposición en el nombre de la alternabilidad en que todos creían, se llegó a una fórmula muy bonita de alternabilidad, dentro de la cual la misma gente gobernó aquel país durante décadas.

Alberto Cañas
No. 72, Abril-Junio 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 652

Alberto Cañas

Alberto Cañas Escalante

Nació el 16 de marzo de 1920 en San José. Su hermana le enseñó a leer a los tres años.

La primaria la realizó en el Edificio Metálico, la secundaria en el Liceo de Costa Rica, graduándose en 1937.

Estudió derecho en la UCR, y se graduó como abogado en 1944 con la tesis «Partidos políticos». En 1944 entra a trabajar en el Diario de Costa Rica. Es de la misma generación de Rodrigo Facio, Carlos Monge, Gonzalo Facio, Jorge Rossi, Daniel Oduber, Hernán González, unido ideológicamente al grupo de intelectuales que después dela Revoluciónde 1948 cambiaron la fisonomía política costarricense.

Sus inquietudes sociales lo llevaron desde muy joven a formar parte del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, y a participar en el periodismo. Fue director fundador del diario La República en 1950 y luego Director del periódico Excelsior.

En el campo político fue Embajador de Costa Rica en las Naciones Unidas de 1948-1949 durante la Carta de los Derechos Humanos y fue viceministro de Relaciones Exteriores en el período de 1955-1956, diputado por San José y jefe de fracción Parlamentaria de Liberación Nacional de 1962-1966. Además de 1970-1974, fue el primer Ministro de Cultura Juventud y Deportes y durante su administración desarrolló una trascendental labor editorial de rescate de los valores culturales y literarios costarricense y Presidente de la Asamblea Legislativaen 1994.

Fue el fundador dela Compañía Nacionalde Teatro en 1971. Entre sus muchos cargos se encuentran ser profesor de teatro, de la Facultadde Ciencias y Letras, de la escuela de Ciencias de la Comunicación, de la cual fue además promotor y creador. Fue Presidente de la Asociaciónde Periodistas en 1952, Presidente dela Editorial Costa Rica desde 1960 y por varios años, Presidente de la Asociación de Escritores (1960-1961), Miembro de la Junta Directiva del Seguro Social en 1989, entre muchos otros.

Entre sus múltiples galardones se encuentran el Premio Magón de Cultura en 1976, el Premio García Monge y muchos Premios Aquileo Echeverría. Recibió un Doctorado Honoris Causa de la Universidad Estatala Distancia y ha recibido la condecoración «Comendador de la Orden de Liberación de España» en 1951, la «Gran Cruz de la Orden de Vasco Núñez de Balboa de Panamá» en 1957 y la condecoración «Stella della Solidarieda Italiana de la Classe», 1959.[1]

 

El infierno tan temido


Rodearon la cama de la dulce viejecita que iba a expirar. Se había preparado para la dulce muerte durante luengos años, haciendo penitencias, rezando novenas y repartiendo escapularios y consejos inútiles. Pero a última hora —en sus últimas veinticuatro horas— dio en inquietarse por la seguridad que adquirió de que iba a salir de allí directamente al infierno.

En vano los hijos y los sobrinos, y los nietos y las sobrinas trataron de disuadirla hablándole de lo bondadosa, caritativa y religiosa que había sido su existencia. El cura tampoco tuvo éxito, pese a la absolución muy merecida que le impartió por cuatro pecados de pajarito. La dulce anciana pasó sus últimas horas aterrorizada por la idea de que estaba condenada a un infierno de llamas, diablos con cuernos y torturas inenarrables.

Murió plácida y tranquilamente como todos sus deudos lo esperaban. Y se encontró de pronto en una sala enorme, marmórea, solemne y austera, presidida por un ser indefinido aunque bastante antropomorfo que le hizo seña de que se acercara.

Necesitaba salir de dudas y logró preguntar:

—Dígame una cosa señor: ¿Esto es el infierno?

El otro soltó algo que era reminiscente de una carcajada.

—¿El infierno? Pero si de allí es de donde usted viene, señora.

Alberto Cañas
No. 72, Abril-Junio 1976
Tomo XI – Año XI
Pág. 646