Como hoy, también ese día llegué a mi cuarto, les juro que era el mismo que de costumbre, solo que aquella noche yo venía más cansado que otras veces. Sin encender, me desvestí mecánicamente empezando a buscar el lugar de mi cama. Yo lo que deseaba era descansar, descansar de tanta ansiedad que no me fue correspondida.
Ya cuando me pensaba acostar, me encontré con que un cuerpo intruso estaba dormido en mi cama; de pronto, sentí ganas de gritarle, de arrojarlo furioso, pero me asaltó la curiosidad y me acerqué para ver de que se trataba, lentamente, hasta lograr meter su rostro en mis ojos. No me causó temor, quizás un poco de extrañeza; porque resulta que la persona que estaba dormida, era yo mismo. Me detuve a contemplarme un largo tiempo, me alegró verme así descansando, con aquella expresión de ternura.
Fue cuando supe que no tendría otra oportunidad, allí estaba mi respuesta, iba a saber por fin cuáles eran los deleites que yo podría ofrecer al hacer el amor; me incliné ansioso, delicado, a despertarme con un beso en la boca más tentadora que he visto.
Luis René Aubrey
No. 38, Septiembre-Octubre 1969
Tomo VI – Año V
Pág. 633