La monótona marcha del auto adormecía a Julio. Diez minutos antes había cerrado los ojos cuando transitaban por un camino lleno de sinuosidades. Se sentía verdaderamente mal; le dolía todo el cuerpo, tenía fiebre y sentía unas irrefrenables ganas de vomitar. En el interior del auto reinaba el silencio y la atmósfera era irrespirable. Toño, “El mono” y Lorenzo fumaban. Entreabrió los ojos y pudo ver las lumbrecillas de sus cigarros y a continuación la luminosidad de las calles. Seguramente estaban entrando a la ciudad, Toño, que era quien conducía, dijo:
—¡Estamos llegando, despierten! Espero que todo resulte como lo planeamos y ninguno me salga con una tarugada. La cosa es fácil, solamente está el cajero y la secretaria.
El auto se detuvo lentamente en lo oscuro de la calle.
—¡Cúbranse bien la cara y no lo piensen mucho, todos saben lo que tienen que hacer!— ordenó Toño.
Haciendo un esfuerzo Julio bajó como hipnotizado y comenzó a avanzar junto con Lorenzo y El mono, al tiempo que se subía la bufanda para cubrirse la cara. Y apenas tuvo fuerza para sacar la pistola al penetrar a la casi desierta oficina. Oyó cuando Lorenzo gritó las consabidas frases de “¡arriba las manos, esto es un asalto!”. Vio la sorpresa dibujada en la aniñada cara de la que debía ser la secretaria y el ademán amenazador del tipo de anteojos que estaba detrás de una pila de billetes y no podía recordar, si fue un movimiento involuntario o fue el pánico lo que le hizo disparar. El estrépito lo sacó de su estado cataléptico, y alcanzó a ver cómo se derrumbaba sobre el escritorio la chamaca que debía ser la secretaria. Oyó más disparos y él los replicó antes de salir huyendo completamente solo. Con la vista nublada llegaba jadeando hasta donde Toño lo esperaba con el auto, cuando dos agudos y punzantes dolores en la espalda le cortaron la respiración y le doblaron las piernas.
—¡Me han dado! —gritó, cayendo dentro del coche— ¡pícale Toño, vámonos!
El auto se movió velozmente hasta que se perdieron los ruidos de las detonaciones a sus espaldas. Pasó algún tiempo y él iba adormecido en el asiento. Se sentía verdaderamente mal. Le dolía el cuerpo y tenía ganas de vomitar. Entreabrió los ojos cuando Toño le dijo:
—¡Estamos llegando, despierten y abusados para que todo salga como lo planeamos!
Entonces Julio volvió a la realidad y se estremeció. Sólo él sabía que nada saldría como lo planearon.
Luis García Bonilla
No. 42, Mayo 1970
Tomo VII – Año VI
Pág. 402