Salvaje oeste

Pat Morrison aceitaba tranquilamente su revólver y, de improviso, sintió en la nuca el frío cañón de una escopeta recortada…

—Mira hijito, que billete tan lindo —dijo la anciana James quien escopeta en ristre, se dedicaba a la venta de billetes de lotería y, lo peor, que se vanagloriaba de terminar primero que los demás.

—Abuela… este… yo…

—Tres dólares —dijo la anciana, y cortó cartucho.

El forzudo Morrison no tuvo más remedio; sacó un fajo y vio cómo dos billetes de a cincuenta dólares eran arrebatados por la anciana.

—Mi propina, que tengas suerte.

A la hora de la cena, Morrison no pudo más y dio un golpazo sobre la mesa de roble.

—¡Maldita sea!

—Oh, hijo, mira cómo dejaste esos huevos duros, ¿qué te pasa?…

—Madre, hoy fui vejado por esa anciana que vende billetes de lotería a la fuerza…

—¿La vieja James?

—La misma, y ese dinero lo iba yo a utilizar para comprar revistas porno, que son un buen negocio.

—¡Hijo! ¿y qué piensas hacer?…

—Nada, olvidar a la vieja.

—No, me refiero al puesto de revistas, es buen negocio.

—Oh mamá, tú a veces también me desesperas.

Dando un portazo, el rudo vaquero salió al corral y regresó de inmediato a colocarse las botas, ya que pisó una suciedad de gallina y se fijó que andaba descalzo.

—¡Todo está en mi contra! ¡Ah, pero esa maldita anciana me las va a pagar!

Morrison se dedicó a planear su venganza. Una tarde en que desde el cerro vio venir a la viejita, preparó su rifle y, ya que la tenía bien a tiro, vació la carga sobre su cuerpo. Acertó nada más catorce tiros; los borbotones de sangre salían por diferentes heridas, ya que las expansivas, para búfalos, habían hecho estragos. Morrison llegó hasta el cuerpo agonizante de la vieja.

—¡Así quería yo verte, vieja! —dijo Mórrison, mientras que con la punta del pie alejaba la escopeta recortada del cuerpo agujereado de la anciana, quien a vu vez hacía últimos y desesperados intentos por comunicarse con Morrison.

—Ttt… t… uu t

—¿Qué dices? ¡habla vieja! No comprendo cómo aguantas tanto si un búfalo apenas soporta uno de estos, habla, ¡o mira que te zampo otro plomazo y ahí sí que no me voy a tentar el corazón! ¡Habla!…

Acercando su oreja casi al nivel del suelo, Morrison se dispuso a escuchar el mensaje de la anciana.

—Ve… veve…

—¿Veve? —dijo el muchacho— ¿quién veve?…

—Ve… ve… venía yo… a… comu… ni… car… te… qu… e… te… aca… bass dee… sac… sacarrr… el pre… mio… mayor… de… la… lo… te… ría… eres… mi… llona… rio… Morrison…

La cabecita blanca de la anciana hizo el clásico giro (como que se quiebra, cayendo a un lado) y dio el último suspiro. Pat Morrison comenzó a trgar puñados de arena…

Luis A. Chávez
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 175

Caleidoscopio

Camino con cuidado entre la multitud que llena la plaza los meses de julio cuando se celebran las fiestas de la Virgen del Refugio. Llevo un espejito circular sobre mi pie derecho y sigo a la muchacha-de-las-mejores-piernas-del-mundo. Recién la bauticé y los cohetes, que se imponen al barullo, confirman el bautizo en esta noche sofocante que ella hace más calurosa con su minifalda naranja que apenas le cubre las nalgas, mientras saborea con aire distraído un algodón de azúcar, tan rosa como sus mejillas. Unos metros más allá Paco cierra filas armado con un espejo semejante al mío; un espejo de a peso, con el reverso de plata sostenido sobre los tenis canadá. Esto parece sencillo, pero no lo es tanto; además de mantenerlo bien sujeto hay que vigilar que los pantalones acampanados no topen el área de observación, pero ella no toma en cuenta nuestros apuros, no se detiene y va del tiro al blanco, con rifles de aire comprimido, a las argollas, a los puestos de tacos atendidos por maricones de pelo rizado y camisas brillantes, y nunca se detiene, como si un alma gitana se hubiera adueñado de sus pies. Nada parece llamarle la atención, apenas mira de reojo al tibiritabara; juego maldito y mareador de compartimientos circulares, donde se sientan dos personas frente a frente y giran alrededor de sí mismos, a la vez que describen círculos como las sillas de la rueda de la fortuna. Yo lo odio, porque ayer me subí con Leticia y la vomité cuando apenas le acababa de pedir que fuera mi novia, sin saber que iba a ser la novia más instantánea de mi vida y que me iba a desprestigiar en toda la secundaria, pero minifalda ni siquiera lo imagina, es un movimiento perpetuo, no le llaman la atención los merolicos que venden cobijas y manteles y joyas de fantasía, no se soma como yo al interior de la camioneta policiaca que lleva detenidos a varios borrachos, uno de los cuales se desploma frente a mí con la cara ensangrentada por un culatazo bestial. Ella no lo mira, ni escucha las bocinas que tocan a credence clearwater revival toda la noche, no advierte que estoy a punto de tropezar con un gendarme gordinflón que murmura, “no es tan fácil pelarse mi buen”, mientras yo lo driblo haciendo gala de cintura, sin embargo nada es perfecto; se me cae el espejo, tengo que inclinarme a recogerlo y la pierdo de vista. Mientras lo acomodo, me alcanza Paco, comprendemos que es inútil seguirla, que ella no va a detenerse y la dejamos que se vaya, mentándole la madre por veloz. No importa, tenemos suerte, al frente tirando canicas a los hoyos que tienen números y que dan premios de acuerdo a la suma de los puntos que consigas metiendo seis canicas, se inclinan dos mujeres caídas del cielo con cara de putas; sonrío y escojo la más alta, Paco se queda con la morena, flanqueándolas nos movemos con cautela. Una vez en posición ordeno el ataque. Adelanto el pie del espejo y lo coloco entre las piernas de mi dama, aunque son flacas las miro completas. Grito “Rojo”, me responde un “Verde” no menos entusiasta. Ellas voltean sorprendidas y se nos quedan viendo, pero no comprenden, son desmemoriadas, no saben de qué color se visten, luego se iluminan cuando nalgas verdes dice arrastrando las palabras “huercos cabrones”, nosotros soltamos una carcajada, antes de echar a correr entre la gente, antes de volver a nuestras casas. Allí soñaremos con ellas y con crecer rápidamente para poder abordarlas.

José Luis Velarde
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 171

Encuentro

A Guadalupe

Una mañana comprendí al monstruo. Nos contemplamos detenida, silenciosamente. Como si ya en camino hubiera recordado algo y regresara, dijo: “fui joven y hermoso”. Intenté sonreír ante su mirada y fría.

Me toqué el rostro; me había rasurado perfectamente. No había pretexto para continuar frente al espejo.

Federico Urtaza
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 168

Scherezada

En la noche 371, Scherezada empezó así su relato.

“Se cuenta, ¡Oh Gran Señor! Que cuando Badsim regresaba de su expedición por la nube mayor de Magallanes, uno de los módulos de frenado de la nave capitana, que se llamaba “Stalisnav Lem” (Alá sea siempre loado), fue seccionado limpiamente por la cola del Cometa Raybra, que al decir de los profetas, se formó con los suspiros y las lágrimas de las viudas del atari”.

“Los homenajes en honor de Badsim y su tripulación, tuvieron que ser  presididos por la bola de chatarra sagrada en que quedaron convertidos, al chocar violentamente contra el pavimento del campo de aterrizaje de cabo Pitayo”.

“Badsim pasó a la historia como ejemplo de intrepidez, pero con el tiempo su hazaña se asociaba con la campaña “prevención contra la imprevisión”, que reprobaba los viajes más allá de la Galaxia 14 sin el auxilio de desaceleradores neutrónicos”.

“Mañana (la misericordia de Alá es infinita), te contaré la historia del nieto de Badsim, y sus expediciones por el reino anti-materia”.

Una vez terminado su relato, Scherezada realizó conmigo su diario ritual amoroso en forma tierna y experta, después de lo cual, al oprimir el compactador de su hermoso seno izquierdo, la convertí nuevamente en el complejo de microcircuitos integrados que con la forma y tamaño de una tarjeta de crédito, guardé cuidadosamente en mi billetera.

Después de esto me acosté, y me dormí profundamente.

Mario Quiroz Lecón
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 167

Después del gozo

Para: Hugo Argüelles

Aquella tarde, el Mago abandonó a su amante cuando aún la luz quemaba y la loca pasión del mediodía dejaba sentir su resuello por ventanas, puertas y calles.

Ella se quedó podando las flores perfectas que habían surgido, de pronto, de sus blanquísimos senos, en un lance de amor.

Él bajó la escalera, sintiendo que el aroma del sexo de la Maga se le había impregnado en la lengua. Cuando iba a doblar la esquina para dirigirse a su casa, vio que otro Nigromante entraba al zaguán de la Maga. Cerró los ojos tratando de impedir que la dulzura de sus últimas miradas de pasión compartida escaparan. Cuando volvió a abrirlos no vio, ni al niño que jugaba ante él con su triciclo azul, ni al gato que perseguía a una salamandra sobre la calzada, y que lograba, de un solo zarpazo, partirla en dos. Vio sólo las piernas abiertas, majestuosas, ingrávidas, de la Maga recibiendo al extraño y abriéndose en vivos senderos de gimiente amor.

A pesar de su deseo de felicidad y ternura, y de que la voz de su ángel de la guarda le recomendaba conservar el dulzor de los besos profundos, a pesar de que ella le había jurado con piel y penumbras descubiertas serle siempre jubilosamente fiel, subió las escaleras como una flecha, y, como flecha entró a la habitación en que poco antes se fragmentara en el goce. Vio una figura de dos cabezas que sólo el día anterior le hubiera parecido hermosa, pero que ahora insultaba su desbandado amor. Tomó el hacha de las maravillas que solía llevar a la espalda, desde que un demonio le cercenara las alas; cortó en trozos dispares y gimientes el cuerpo ambidiextro que yacía en la cama, recogió luego con su cuchara de vidrio aquellos sangrantes y redivivos despojos de entre las sábanas, los besó, uno a uno; murmuró unas palabras extrañamente lascivas, que no significaban nada; subió al balcón, aún poseído de la gran ternura que siempre sintió al tocar la carne de la Maga; arrojó al aire ya semiobscuro y azul aquellos trozos vivos que, ante sus ojos siempre abiertos y su solemne crueldad de niño, se convirtieron en ausencias blancas y aladas.

Enseguida sintió en sí la señal del desistimiento. Se abandonó. Se redujo y se fragmentó poco a poco, volando tras el hálito ya lejano de su pasión por la Maga; invisible, inasible, etéreo.

Dolores Plaza
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 165

Los dos pedazos

En la eternidad de la razón
reside nuestro destino.

El tumbo más grande casi salpicaba las mejillas del sol. El estruendo de su garganta hacía que el manglar de “Mezquite” se inclinara hacia el Este o al Norte, no sé bien esa cuestión de los puntos de la tierra, pero sí sé que en la orilla del mar por donde se escapa el agua como si se la tragara el infierno para apagar su sed, se queda la hojarasca y las conchas y los “ojos de venado”
Yo me entretenía juntando caracoles cuando lo vi relumbrar. Parecía un espejo que retrataba las nubes en cada vuelta que daba. Era un cacho solamente. Lo demás no estaba allí, porque lo busqué largo rato y no lo pude encontrar.

Lo que falta tenía que aparecer. Dice mi tata que el mar tarde o temprano arroja sus cadáveres. Y me senté a esperar sin medir el tiempo, sin acordarme del hielo para el pescado que me ordenaron comprar.

El “aigresito” se empezó a madurar con el sol y se hizo brisa caliente.

Un delfín enseñó su panza desde la mera reventazón.

Allá a lo lejos, a la distancia, estaban cambiando los colores. Era como una fiesta de luces y listones que se enredaban en las nubes.

Ya comenzaba a impacientarme cuando vi que salía dando volteretas. El agua en su escalera de espuma lo traía engamarrado, bien engamarrado.

Así que se quedó fijo lo levanté de la arena y lo junté con la otra parte, para ver si se ajustaban. Los emparejé para saber si uno era del otro. Casaron perfectamente y fue entonces que descubrí la cosa. Mis manos aprisionaron fuertemente los dos pedazos. Y en ese momento sentí que mi alma se juntaba para siempre con mi cuerpo.

César Pineda del Valle
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 166

La benéfica realidad

Cuando X descubrió que le gustaba su trabajo, que amaba a su mujer y que se había vuelto inmune a la constante interferencia de la madre en su vida, inmediatamente procuró ocultarlo, simulando una normalidad que paulatinamente despertó sospechas.

La madre pensó que tenía algún trastorno nervioso. Su mujer que la engañaba. Sus compañeros de oficina que preparaba un fraude en la nómina. El jefe, que a fuerza de leer revistas políticas se había vuelto comunista.

El tipo estaba tan ocupado fingiendo, que tardó en advertir las reacciones de su gente. La mujer, deseosa de corresponder a la traición que suponía huyó con un agente viajero. Lo despidieron del empleo, alegando recortes al presupuesto. Y la madre, preocupada por él, lo internó en un siquiátrico, intentando devolverlo a la benéfica realidad.

Laura Rivas
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 158

Un cuento

Embotado miró desde una banca de piedra en un parque. Frente a mí hay un carrito de raspados con botellas multicolores y una gran barra de hielo opaco. A mi izquierda sentado sobre un pedestal, concentrado, como si pescara una idea, ataviado con ropa de su época y su categoría, empuñada en la diestra una pluma, se encuentra Cervantes Saavedra, monumento inmóvil. El dueño del carrito, el raspadero, hombrecillo macizo, moreno, comenta: “”Está dura la calor”. Es mediodía. Un árbol nos protege con su sombra. A mi derecha una pequeña fuente lanza incansable su chorro de agua, que rebota en un punto del aire imposibilitado de alcanzar el cielo. Quiero escribir algo en donde aparezca el vendedor de raspados de hielo. Mi mente está torpe, no hallo argumento. Me esfuerzo y nada. Es como una posición complicada en una partida de ajedrez: el novato ve muchas piezas y desconcertado no sabe cuál elegir; el maestro detecta con agudeza los puntos clave de la posición y encuentra la combinación escondida allí donde el inexperto sólo ve confusión. Soy el novato tratando de encontrar un hilo para unir esto en un relato. En eso el vendedor camina directo hacia un vaso desechable que está acostado bajo la banca de enfrente. Lo levanta vaciando los residuos de agua que conservaba. Busca con la mirada. Halla otro sobre el pasto., junto a los arbustos. Lo recoge. Hace un recorrido por el pequeño parque. Finalmente ha rescatado ocho vasos. Se acerca a la fuente y los enjuaga uno por uno. Los coloca volteados de cabeza sobre una de sus botellas, la de color violeta o sabor uva. Se va empujando su carrito, sólo deja un charco de agua. Una hoja seca cae crujiente sobre mi hombro y me devuelve a la realidad. “Esta dura la calor ¿verdad?”. Ni Cervantes, ni la fuente, ni el carrito, ni el Raspadero, se han movido. Sobre la botella violeta ocho vasos gotean un cuento.

Arsenio Ernesto
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 155

Retrato

Emilia, al contrario de Gabriela, la de cejas tupidas y bien dibujadas, párpados pesados que le dan un aire de misterio, puntas de senos hacia afuera y cintura que se abre en guitarra, anchurosa perspectiva de manubrio, Emilia, digo, la de los ojos bellos y hombros altos y redondos, oscuros senos “pezón de pasa”, no posa. No se detiene, busca la vecindad. Ni científica ni lúbricamente, o así lo cree. Alguna vez, sin embargo, fue promiscua: no simultánea sino consecutivamente.

Equidistante entre los dos cafés, concentra la mirada en el leve temblor de manos. De ser transparente la mesita, podrían verse las rodillas, torpes cachorros husmeándose, a punto de tocarse con la punta de la nariz. Sí, no. Viene la distracción, porque se agita el viento y pasa una paloma; y la voz aquella le habla, le habla: de libros, de poemas.

No, a Emilia los acercamientos no la asustan, siempre que sean de frente. No podría, como Gabriela, llegarle a nadie por la espalda, enlazarle el cuello con los brazos, ni siquiera rozar con las yemas la piel ciega. Va y viene la tejedora con su loca fantasía, de la boca del interlocutor —labios carnosos, borde de dientes blancos, vago olor a tabaco en la lengua navegante…— a un sueño de noche trémula, de roces aterciopelados.

No elude la mirada, antes intensifica la suya, aspirando a alcanzar el ideal de la amistad mixta sin tensiones. Y piensa que el obstáculo se derrumba cuando la mano blanda se posa sobre el pecho duro (esa maravilla masculina de músculo bajo la piel levemente perfumada y erizada de vello, y a unos centímetros de la boca juguetona, la tetilla de piñón).

Lo que sí la llena de pavor es la distancia. Aterra a Emilia mostrarse de lejos, aparentar indiferencia para dejarse mirar a saciedad. Se muere del susto si piensa que tiene que dar la espalda, mover las nalgas, plantarse como posible objeto de deseo… Coquetear, pues.

Irene Prieto
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 154

Unicornios

Los unicornios corrían, pastaban y retozaban alegremente en el bosque de Los Elfos, mientras el brillante sol de verano chispeaba en sus cuernos de plata. Mara no creía que fuese posible ver a los Unicornios, es más, su padre, Jan de los Robles, le había asegurado que esos místicos corceles no eran sino el producto de alguna imaginación demasiado activa. ¡Pero allí estaban! Blancos y cornudos, y tan reales como el día o la noche. Fue Ardáril, su mejor amigo, quien la tomó del brazo aquella mañana, y sin decir palabra alguna, la llevó, casi a la rastra, hasta el Valle Elmdon, donde ahora se encontraban.

—Gracias —Dijo Mara, sonriente, sin apartar la mirada de los animales.

—Olvídalo.

—Cosas así no se olvidan nunca Ardáril. Míralos—. Ambos guardaron silencio y se dedicaron a observar maravillados a los cientos de bestias albas que jugaban sin prisa sobre la hierba.

El crepúsculo los envolvía, cuando un pequeño Unicornio, no más grande que un poney, se aproximó al sitio en el que se hallaban agazapados Mara y Ardáril. Los dos dejaron de respirar. No querían ser descubiertos. Sin embargo, el polen de una flor o alguna basurita en la brisa o, tal vez, sólo su mala suerte, provocó un estornudo a Mara. Pronto todos los Unicornios comenzaron a huir del Valle Elmdon apresuradamente, pero con gran encanto, hacia las profundidades del bosque.

—Buena la has hecho Mara —dijo Ardáril, enfadado.

—Lo siento, lo siento mucho —exclamó ella llorando.

—Sí, yo también, realmente no fue tu culpa. —Ardáril la abrazó.

—¿Nunca más los veremos de nuevo?

—No lo creo… aunque… quizá sí.

—¿Cómo? ¿Dónde?

—En la noche. Cualquier noche. Cuando nos haga soñar su recuerdo.

Roberto Cabañero
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 153

Ojo por ojo

“…Tu y yo
coincidimos en la noche terrible
meditación temática
deshojada en jardines…”
“Prisma” Manuel Maples Arce

Despierto en un alarido. Tras unos segundos me incorporo a la realidad. En la pesadilla, el vecino disparaba contra un gato lleno de gargantas y afuera se siguen escuchando los maullidos. Sin pensarlo dos veces salgo en su busca, dispuesto a investigar.

El gato está al fondo del jardín, semioculto por las ramas de los claveles. Ante mi aparición, maúlla temeroso. Para que se confíe, imito su maullido. Él contesta muy quedo. Sin dejar de mirarlo, me acerco. Cuando quedamos frente a frente; me impulso con fuerza, lo atrapo del cuello y no sin grandes dificultades, lo mato. Ante su cadáver, gritó una y otra vez en el festejo de mi triunfo.

Me interrumpo un disparo. Al sentirme herido, recuerdo al otro protagonista de mi sueño: quien ahora mismo, desde la azotea de la casa contigua, maldice a los fantasmas que inquietan sus noches y dispara su rifle cargado con balas de plata.
Ni siquiera hay escapatoria. Sé que voy a morir y me estremezco antes de recibir el último balazo.

Despierto en un maullido.

José Luis Velarde
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 149

Por lo menos

El primero, un güerito con cara de nazi (y yo con mi cara de Woody Allen) me chingó el ombligo, dizque para componerme una hernia umbilical. El segundo, como quien despacha helados a cucharadas, sacó de mi pecho dos malignos tumores color vainilla y pistache (en dos ocasiones, el cabrón). Tres años después abrió de un tajo mi panza para arrancarme la matriz; terminando ésta en la basura como un globo desinflado después de la fiesta. El toque final lo dio el “ingeniero urbanista” cuando arrasó con lo que quedaba del pequeño cerrito del seno derecho. Aplano la tierra de mi piel y lo dividió en dos con una cerca de alambre de púas, igualitos a los que tengo en otras partes de mi cuerpo.

Mis cirujanos me han despojado de tanto territorio que si antes me sentía continente ahora me he vuelto una pinche isla. Y lo que de mí fue campo ya es desierto, superficie lunar.

No le hace. Confío en que mi derrota jamás será total. Moriré por lo menos con las nalgas puestas.

Molly Chirinos
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 140

El náufrago y el caracol

Náufrago en una isla desierta, cercado por la desesperación como por un mar de aguas trastornadas, el hombre tomó el enjoyado caracol de sobre la arena. En su primer crepúsculo de abandono, se lo llevó a la oreja y escuchó: sirenas de barcos que podrían salvarlo, chillidos de gaviotas, la canción de una dulce ballena, el eco de sus gritos de ese día, angustia de náufragos en islotes semejantes al suyo, rumor de orquesta en cruceros transoceánicos, el sonido de un delfín llamando a su cría, blasfemias de marinos borrachos, loros repitiendo versículos de la Biblia, canciones de mar en español antiguo, choque de escudos normandos, comerciantes fenicios recitando a gritos el alfabeto a los peces, pruebas nucleares en atolones de coral, guerras de barcos chinos fabricados con papel, el silbato del capitán Graff von Spee, el romance enigmático que hechizara al conde Arnaldos, y el canto de las sirenas que la armonía del mar modulaba, dejándolo en una escala más soportable. Extenuado, bajó el hermoso aparato y lo tendió sobre la arena. Sólo en el espacio numeroso y el trafago de los siglos, consumido en el centro de los sucesos fáusticos, el hombre se preparó a morir. Rechazaba el rescate, después de haber rescatado él mismo al mar en la urna fatigada del caracol.

Alfredo García Valdez
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 136

Sábanas

Jonás las usó como velas de su embarcación el día que fue tragado por una ballena. Abraham vistió a su pueblo con ellas y fueron símbolo de moda y status entre griegos y romanos. En el Medioevo, las princesas solían unirlas y esperar impacientes a que el galán en turno, se sirviera de ellas para escalar la torre y pasar una noche de amor apasionado. La iglesia tiene una que es muy venerada, y en otras épocas eran exhibidas como testimonio de la virginidad en las recién casadas. Por siglos han sido refugio de pecadores y de amantes, de la unión marital y baño para nenes en edad de incontinencia. Son la estrella principal de las películas eróticas, el regalo ideal en las despedidas de soltera, la indumentaria favorita de los fantasmas; han tapado muertos, ventanas, mesas y pianos. En fin, las sábanas tienen un pasado tan vergonzoso, que nos hemos visto obligados a inventar toda clase de cobijas y colchas para esconderlas.

Lorella Leonetti DN
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 135

Quién podrá despertarme

Tinieblas… Tiempo… Sueño. Aquí estoy persiguiendo las sombras de la realidad que se evaden por entre los nublosos túneles de mis recuerdos. Y esa imagen de la mancha roja que fluye desde arriba baja, deslizándose viene hasta mí, y me absorbe. Sueño: espectro umbroso de mis ancestrales orígenes; pretéritos acopiados de mutismos, de defecaciones de sapos y reptiles; de ruidos de cadenas, de gritos, de gemidos; de vómitos de escorpiones que copulan en mi garganta: ¡que felicidad de dolor! Y yo aquí aguardando, asomándome en el sueño sólo por entre las hendiduras oscuras de mis sueños: sueños del sueño gigante, somnolencia incómoda nostálgica. Si alguno de ustedes pudiere venir a despertarme, trozar el hilo de mi letargo y dejar entrar el rayo negro de mi espiritualidad; volvería otra vez, como hace muchos siglos allá en aquella aldea africana, a ocupar este fardo inerte y frío; a volar libre por los vacíos de la noche en busca del néctar que sustente a mi existencia… Si alguno de ustedes pudiera navegar el inmenso y silencioso mar, escalar hasta el pináculo del promontorio; luego entrar al castillo y abrir la tapa del féretro en donde reposo… Si pudiere alguno de ustedes desenterrarme el estorbo que me aprisiona y mantiene dormido. Si quisieras tú: sí, tú: el que me oyes, al que le llega mi voz. Te juro que te daría lo que desearas: quizás la vida eterna, el poder de volar, el de la invisibilidad, el de la clarividencia, el del hipnotismo, el de la metamorfosis, el de la telepatía, o serías el dueño de los inmensos tesoros que se ocultan dentro de mis sótanos. Eso y mucho más si te decides a venir y despertarme. Te mostraré todos los rincones de estos mundos, seré tu guardián y tu guía…

Juan Carlos Chimal
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 131

Ebrias

Las mariposas al volar lo hacen muy erráticamente debido al néctar que beben en las flores. El néctar las mantiene embriagadas de manera permanente. Las personas de aguda capacidad auditiva refieren que en el silencio es posible escuchar el leve sonido de su hipo a cada desviación en la trayectoria de su vuelo.

Jesús Ortega
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 133

El sobreviviente

Yo fui el único en advertirlo, y a pesar de haber luchado tanto por enterar a cuanta gente encontraba, nadie quiso creerme. La mayoría se reía de mí y, quien más, continuaba su camino sin siquiera escucharme. Dijeron que el cielo no tenía nada de particular, que mi idea sobre la masa de smog era absurda y cuando vieron caer la piedra: fue demasiado tarde

Fernando Ruiz Granados
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 128

Agencia ANSA

ANSA

ANSA

La Agenzia Nazionale Stampa Associata (mejor conocida por sus siglas ANSA) es una agencia de noticias italiana fundada el 15 de enero de 1945. Es una cooperativa formada por 36 socios, editores de los principales diarios de ese país.

Actualmente, ANSA es una de las principales agencias de prensa del mundo y la mayor de Italia, ya que cuenta con 22 oficinas en Italia y otras 81 distribuidas en 74 países, que producen más de 2.000 notas al día. Merced al acelerado desarrollo de las telecomunicaciones en los últimos años, ANSA ofrece hoy servicios informativos con audio y video en Internet y a través de teléfonos móviles.

La sede central para el servicio latinoamericano (en español) se encuentra en Buenos Aires[1].

Rosas rojas para Edgar Allan Poe

105-106 top
ANSA, Washington, 19 de enero.- Habría cambiado este año el desconocido que, tal como ocurre ininterrumpidamente desde hace 39 años, también esta madrugada, hacia las 2:30 (local), puso tres rosas rojas —en el aniversario de su nacimiento— en la tumba del escritor “maldito”, Edgar Allan Poe, en la iglesia de Westminster, en la ciudad de Baltimore. Bebió en su honor un sorbo de cognac y dejó luego la botella semillena sobre la lápida de su tumba. Jef Jerome, el guardián de la casa de Poe, dijo que este año el desconocido apareció más joven y no tenía, como en los últimos años, crecientes dificultades para caminar. (Otras tumbas que reciben rosas rojas son las de Rodolfo Valentino y Marilyn Monroe).

Agencia ANSA
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 121

Miedo

De un salto el gato le cortó el paso y le suspendió la vida (poniéndosela en un hilito) al ratón. Lo natural, lo normal, lo lógico, hubiera sido que el ratón, dando marcha atrás, o sacándole la vuelta, huyera. Pero no, ahí se quedó, inmóvil, como buscando la muerte.

El gato levantó la zarpa de afiladas garras; un solo segundo bastaría para segar la vida del infeliz ( ) roedor. No vio miedo, ni pavor, no vio nada… sólo un ratón que no reaccionaba como los demás. —Pinche loco, (pensó el gato), dándose la vuelta.

José Antonio Medina Islas
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 107

Nubes nada más

Érase una vez un hombre que miraba por una ventana. Todos los días miraba por la ventana hacia la calle; a todas horas. No perdía ni un solo minuto de su vida observando a los transeúntes: modo de caminar, de sonreír, de saludar, de orinar —la gente también orinaba en las veredas—. El hombre conocía de memoria cada una de aquellas vidas: cada secreto, cada sueño, cada rebelión, por íntima que fuese.

Cierta mañana, mientras se instalaba en su observatorio, se percató de algo inusual: la calle estaba vacía y nadie pasaba, nadie sonreía, nadie orinaba, nadie sufría, nadie moría.

El hombre abandonó la ventana y se subió sobre el tejado. Extendió su mirada descubriendo la ausencia de almas más allá de otras calles, de otras manzanas. Trepó sobre la chimenea y observó fuera del límite urbano. Todo estaba desierto. Agitadísimo, se encaramó sobre la antena de TV —el hombre era liviano como una pluma y viejo como el papel—. Más allá de las últimas poblaciones marginales habían otros pueblos y constató con asombro que tampoco había gente. El hombre reflexionó y se paró en puntillas sobre la antena de TV, equilibrándose como un pájaro, y guio sus ojos hacia el corazón del reino. Ni una sola hoja se movía. Todo lo cubría un manto de sosiego y tranquilidad.

Muy descorazonado descendió desde la antena, se descolgó por la ventana, entró a su cuarto, bajó las escaleras, y una vez en la calle, blanda como las nubes, el hombrecillo se esfumó hasta nunca jamás.

Pedro Guillermo Jara
No. 105-106, Enero-Junio 1988
Tomo XVII – Año XXIII
Pág. 110