Le preguntaron al condenado a muerte cuál era su último deseo.
—Quisiera consultar a una quiromántica —respondió.
—¿A cuál?
—Amelia, la quiromántica del rey.
Amelia era la mejor de todas y el rey confiaba tanto en ella que nunca decidía nada sin consultaría.
El condenado a muerte fue llevado ante la quiromántica, que no sabía de quién se trataba. La mujer estudió la palma de la mano izquierda del condenado y declaró sonriendo:
—Eres muy afortunado, muchacho: tendrás una vida larga.
—¡Basta! —dijo el condenado, y pidió ser devuelto a prisión.
La anécdota corrió por todas partes y la gente reía a carcajadas de la quiromántica del rey. Pero a la mañana siguiente, cuando el condenado era conducido al patíbulo, el verdugo, que ya había levantado el hacha para el tajo final, lo bajó y rompió en llanto:
—¡No, no! ¡No puedo hacerlo! ¡Imagínese que llegara a saberlo su Majestad! ¡No, de ningún modo!
Y arrojó lejos el hacha.
Dino Buzzati
No. 113, Enero-Marzo 1990
Tomo XIX – Año XXVII
Pág. 29